Título
original: M - Eine Stadt sucht einen
Mörder
Director: Fritz Lang
Guion: Fritz Lang, Thea von Harbou, Paul Falkenberg, Adolf
Jansen
Elenco: Peter Lorre, Gustaf Gründgens, Otto Wernicke
Cinematógrafo: Fritz Arno Wagner
País: Alemania
Año: 1931
Tópicos: Asesinos en serie, art-house, terror psicológico
Canción
recomendada: La primera vez que un soundtrack se usa para describir a un personaje.
En la primera edición de Sympathy for the Creature conversamos sobre dos películas seminales
de asesinos en serie (El Silencio de los Inocentes
y Maniac),
pero la antecesora de ese terror psicológico –y la primera del subgénero- es la
ópera prima de su director, la película que catapultó al húngaro Laszlo
Lowenstein, mejor conocido como Peter
Lorre, a la fama mundial.
Alguien está depredando a Berlín. No a las mujeres o
los ancianos, sino las criaturas más vulnerables de nuestra sociedad: Los
niños. Cuando el asesino envía una provocadora carta a las autoridades
prometiendo más muertes, toda la ciudad se descalabra persiguiendo a quien,
asumen, luce como un monstruo, pero en realidad podría ser cualquiera.
¿Recuerdas cuando, hablando de Suspiria comentamos
que la gran diferencia entre el cine gringo y el europeo es que el euro se inclina más al art-house y el
ambiente que a la trama? Eso, que ya era evidente en El Baúl del Doctor Caligari
y Nosferatu,
se comprueba otra vez aquí. La influencia expresionista está disminuída, pero se suplanta con tomas asombrosas, que
Hollywood tardaría una década en descubrir –mi favorita es cuando el
asesino, sintiéndose acorralado, huye a un estacionamiento y nosotros lo vemos
como si estuviésemos en la ventana de un edificio, con plena visión a la calle.
La trama me recordó mucho a la novela gráfica From Hell, donde no se trata tanto sobre
el misterio de quién es Jack el Destripador, develado a nosotros en los
momentos iniciales, sino un retrato de
la sociedad y su reacción ante un criminal difícil de comprender. La
policía lanza una verdadera cacería, empezando por los sospechosos habituales,
pero entre ese océano de carteristas, ladrones y estafadores, nadie puede ni
siquiera especular sobre qué llevaría a una persona a asesinatos tan
abominables. Como no es uno de ellos, el bajo mundo responde con su propia
persecución, que es uno de los temas famosos del terror, la erradicación del
extraño —en Frankenstein portaban
antorchas y en Drácula estacas, pero el monstruo es el mismo.
Siendo sincero, después de haber visto films modernos con
la misma temática, M se me antoja anticuada
y lenta –existen varios cortes del metraje, añadiendo y extrayendo escenas,
además de un remake norteamericano de 1951, pero recordemos que el cine debe ser visto no con el ojo actual, sino
en contexto y, como tal, es una poderosísima obra pionera que implicó un
progreso tanto en técnica narrativa como en métodos de rodaje; siendo la
primera película hablada de Fritz Lang, es
también la primera que usa un tema musical constante para identificar a un
personaje o situación, que es una vaina reutilizada al sol de hoy. ¿Sabes
el tema que suena cuando el terminator aparece en Terminator 2? Eso nació acá.
Las audiencias de hoy seguro se aburren con esta
película, pero si necesitas una razón
para verla, la tienes en su ancla, Peter Lorre en el papel del maniático Hans
Beckert, un performance que mantiene su impacto tras casi un siglo de cine.
Encasillado tras esta actuación, puedes percibir las técnicas de pantomima y
teatro en su lenguaje corporal, propias del cine mudo. Los últimos veinte
minutos, donde el bajo mundo captura a Beckert y lo somete a un juicio “de sus
pares” es obligatoria para todo cinéfilo (Lorre
enfrentado a Gustaf Gründgens, actor imprescindible del cine alemán).
Cuando la veas, considera que Lorre era realmente un actor cómico de acentuado
sentido del humor (en el funeral de Bela Lugosi, le dijo a Vincent Price “¿Será
que le clavamos una estaca por si acaso?”) y la confesión que se lanza,
escalofriante por cómo la historia de la criminología la valida (“¡Trato de
resistirme, pero no puedo dejar de matar!”) nos empuja al sempiterno debate
moral: Si un hombre tiene la compulsión
de matar y no puede controlarla, ¿es realmente culpable de sus actos?
El debate sigue vigente y la advertencia de la última
escena retumba en el espíritu. Nada más esa escena es un tour de force.
Otra
por el estilo:
Maniac,
LA película de asesinos en serie.
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