Título original: Ringu
Director: Hideo
Nakata
Guion: Hiroshi
Takahashi
Elenco: Nanako
Matsushima, Hiroyuki Sanada, Rikiya Otaka, Rie Ino
Cinematógrafo: Jun’ichiro
Hayashi
País: Japón
Año:
1998
Tópicos: J-Horror,
terror psicológico, maldiciones
Canción recomendada: Mi melancólico corte favorito del soundtrack.
Una
serie de muertes extrañas se están sucediendo en Japón. Varios jóvenes, del
mismo instituto, al mismo tiempo, están sufriendo ataques cardíacos que les
deja con un rictus mortuorio muy particular. Lo más curioso, sin embargo, es la
leyenda urbana que se corre en los funerales: Todo ocurrió tras ver una cinta
de video maldita. La periodista (y tía de una víctima), Reiko Asakawa, se interesa por el cuento y termina viendo el video.
Para su horror, recibe una llamada y le quedan siete días de vida. ¿Puede resolver el acertijo de la maldición
para salvarse y, más importante, salvar a su hijo cuando también la ve?
El
terror japonés, popularizado como J-Horror, difícilmente arrancó con este film
-el año pasado estudiamos la ilustre Onibaba y cómo mezclaba
técnicas del kabuki para narrar su macabra historia. Si tú ves cine nipón, vas
a notar que entre más viejo es, más parece su propio lenguaje. Películas como Goyokin, Los Siete Samurái, Ran se
parecen al cine gringo en que usan cámaras. Por lo demás, se extienden y se contraen a placer y es algo que, si no
estás mentalmente preparado, te va a repeler porque no es equiparable a lo que estamos
acostumbrados. Al igual que el cine europeo, para nosotros es un gusto
adquirido.
Quizá
por eso Ringu representó no el inicio, sino la explosión del J-Horror,
porque conforme más se acerca el cine nipón a la actualidad, más se parece al
cine occidental. Esta película (re-hecha
y popularizada por Hollywood con sus fallas y sus aciertos) destaca porque
mezcla modernidad con folklore asiático. Basada en la popular novela de
Koji Suzuki (llamado “El Stephen King japonés”), la gesta de Reiko mezcla una
cosa que caracteriza tanto a la isla, como la tecnología, con el espíritu
vengativo, onryo, propio de su
cultura. El artífice de las muertes, un
furioso espectro, se ve como los fantasmas de las kwaidan-eiga, los cuentos
de terror en que, por lo general, una mujer burlada arrasa con sus victimarios.
Tal ha sido la influencia de Ringu
que basta con ver cualquier onryo para retrotraernos a esta cina, una vibra y
un look replicado hasta la saciedad.
La
película es un estudio de cómo ir manipulando a la audiencia con la información
que le das –a base de un fuerte libreto,
ritmo de terror gradual con giros que se benefician y profundizan la atmósfera
tenebrosa. Sí, es una cinta maldita, pero te da siete días para vivir. Y
además tiene un origen trastornado. Y además esconde a un espectro. Punto por punto, vamos descubriendo el
misterio conforme Reiko y Ryuji, su ex marido, se lanzan una investigación
cargada de suspenso. Un gran tema del film es el poderoso deseo de tocar lo
prohibido, de ver lo que no debemos y todos los personajes sucumben tarde o
temprano a él. Como Jonathan Harker exploró el castillo del Conde Drácula, la
esposa de Barbazul se asomó en la habitación de las cabezas y Danny Torrance
tuvo que entrar en la habitación prohibida, nuestros personajes se sumergen en la iconografía oriental clásica,
presentada con pintura fresca. El crux de la película ocurre con la famosa
aparición del espíritu, que si no la has visto, no la busques ni dejes que
nadie te la spoilee. Busca Ringu y
vela tú mismo, para que entiendas el shock que sacudió la cultura pop.
Si
estabas ahí en 1999, o el 2000, parecía que el terror japonés se había
apoderado de nuestra cultura, “superando al atávico terror occidental”, pero la fiebre no se mantuvo (ni
siquiera las múltiples –y caóticas- secuelas de este ejemplar pudieron mantener
la garra). Quitando ciertos
ejemplares destacados (Ju-On y los
films del excelentísimo Takashi Miike), todo quedó en promesas, que ojalá
revivan. Porque sí te puedo decir que no hay nada en el cine de terror que
replique la vibra siniestra de este sub-género.
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