domingo, 2 de octubre de 2016

SYMPATHY FOR THE CREATURE 2: El Aro (Ringu)



Título original: Ringu

Director: Hideo Nakata

Guion: Hiroshi Takahashi

Elenco: Nanako Matsushima, Hiroyuki Sanada, Rikiya Otaka, Rie Ino

Cinematógrafo: Jun’ichiro Hayashi

País: Japón

Año: 1998

Tópicos: J-Horror, terror psicológico, maldiciones


Una serie de muertes extrañas se están sucediendo en Japón. Varios jóvenes, del mismo instituto, al mismo tiempo, están sufriendo ataques cardíacos que les deja con un rictus mortuorio muy particular. Lo más curioso, sin embargo, es la leyenda urbana que se corre en los funerales: Todo ocurrió tras ver una cinta de video maldita. La periodista (y tía de una víctima), Reiko Asakawa, se interesa por el cuento y termina viendo el video. Para su horror, recibe una llamada y le quedan siete días de vida. ¿Puede resolver el acertijo de la maldición para salvarse y, más importante, salvar a su hijo cuando también la ve?

El terror japonés, popularizado como J-Horror, difícilmente arrancó con este film -el año pasado estudiamos la ilustre Onibaba y cómo mezclaba técnicas del kabuki para narrar su macabra historia. Si tú ves cine nipón, vas a notar que entre más viejo es, más parece su propio lenguaje. Películas como Goyokin, Los Siete Samurái, Ran se parecen al cine gringo en que usan cámaras. Por lo demás, se extienden y se contraen a placer y es algo que, si no estás mentalmente preparado, te va a repeler porque no es equiparable a lo que estamos acostumbrados. Al igual que el cine europeo, para nosotros es un gusto adquirido.

Quizá por eso Ringu representó no el inicio, sino la explosión del J-Horror, porque conforme más se acerca el cine nipón a la actualidad, más se parece al cine occidental. Esta película (re-hecha y popularizada por Hollywood con sus fallas y sus aciertos) destaca porque mezcla modernidad con folklore asiático. Basada en la popular novela de Koji Suzuki (llamado “El Stephen King japonés”), la gesta de Reiko mezcla una cosa que caracteriza tanto a la isla, como la tecnología, con el espíritu vengativo, onryo, propio de su cultura. El artífice de las muertes, un furioso espectro, se ve como los fantasmas de las kwaidan-eiga, los cuentos de terror en que, por lo general, una mujer burlada arrasa con sus victimarios. Tal ha sido la influencia de Ringu que basta con ver cualquier onryo para retrotraernos a esta cina, una vibra y un look replicado hasta la saciedad.

La película es un estudio de cómo ir manipulando a la audiencia con la información que le das –a base de un fuerte libreto, ritmo de terror gradual con giros que se benefician y profundizan la atmósfera tenebrosa. Sí, es una cinta maldita, pero te da siete días para vivir. Y además tiene un origen trastornado. Y además esconde a un espectro. Punto por punto, vamos descubriendo el misterio conforme Reiko y Ryuji, su ex marido, se lanzan una investigación cargada de suspenso. Un gran tema del film es el poderoso deseo de tocar lo prohibido, de ver lo que no debemos y todos los personajes sucumben tarde o temprano a él. Como Jonathan Harker exploró el castillo del Conde Drácula, la esposa de Barbazul se asomó en la habitación de las cabezas y Danny Torrance tuvo que entrar en la habitación prohibida, nuestros personajes se sumergen en la iconografía oriental clásica, presentada con pintura fresca. El crux de la película ocurre con la famosa aparición del espíritu, que si no la has visto, no la busques ni dejes que nadie te la spoilee. Busca Ringu y vela tú mismo, para que entiendas el shock que sacudió la cultura pop.

Si estabas ahí en 1999, o el 2000, parecía que el terror japonés se había apoderado de nuestra cultura, “superando al atávico terror occidental”, pero la fiebre no se mantuvo (ni siquiera las múltiples –y caóticas- secuelas de este ejemplar pudieron mantener la garra). Quitando ciertos ejemplares destacados (Ju-On y los films del excelentísimo Takashi Miike), todo quedó en promesas, que ojalá revivan. Porque sí te puedo decir que no hay nada en el cine de terror que replique la vibra siniestra de este sub-género.


Otra por el estilo:

No se puede hablar de terror japonés sin hablar de Onibaba.

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