Título
original: Jacob’s Ladder
Director: Adrian Lyne
Guion: Bruce Joel Rubin
Elenco: Tim Robbins, Elizabeth Peña, Danny Aiello,
Cinematógrafo: Jeffrey L. Kimball
País: Estados Unidos
Año: 1990
Tópicos: Terror psicológico, demonios, infierno
Canción
recomendada: Esto es tan Silent Hill (en realidad es al revés) que yo le pondría este fondo y calza perfecto.
Silent Hill es un fenómeno cultural que todos conocemos así sea
referencialmente. Sus imágenes son potentes, pero son sus argumentos lo que
pega, atacan tus debilidades espirituales, tus complejos morales. Los cuatro
primeros videojuegos –I don’t always play
videogames, but when I do, blah, blah- son excelente evidencia del mérito
artístico del medio y, aunque hay dos películas basadas en la franquicia, los
resultados son la decepción habitual. La primera es mala, pero la segunda es
otra contundente demostración de que el cine no es una meritocracia. El mero
hecho de que Silent Hill 2 se hizo
demuestra que ‘cualquiera puede ser director’. Dependiendo de tu punto de
vista, eso es inspirador o deprimente.
Mi desengaño particular (con la primera, no me quedé
para la segunda) es que la adaptación
perfecta del material ya existía, una oscura y modesta película con Tim
Robbins que, de hecho, inspiró a los juegos. Antes de Silent Hill, de Hellraiser: Inferno, de Perfect Blue, de Session 9 y de Triangle,
estaba La Escalera de Jacob. El
infierno se lleva por dentro.
Jacob Singer tuvo una mala pasada en Vietnam. De vuelta en los States, asume como repartidor y se pasa
los días en vaivén doméstico con Jezzie,
su chica. Pero ese retrato de normalidad se va fragmentando con irrupciones
esquizoides que no logra explicar: La estación del metro se vuelve un
laberinto, entes demoníacos lo persiguen y los sueños de su vida antes de la
guerra –casado y con un hermoso niño-, lo acosan como el remordimiento del
paraíso perdido. Bien nos lo advierte el primer mensaje que ve en el metro,
“Hell” y el espiral desciende en una horrenda conspiración donde nada es lo que
parece.
Hay un momento de esta película en que Jacob despierta
de un horrendo episodio de locura y ya no está en el infierno, sino en la vida
perfecta que siempre deseó tener. Se aferra a esa realidad porque sabe que es
pasajero y que pronto se sumergirá en aquello que lo caza, describiendo el
meollo de la película; algo ha sumergido
a nuestro héroe en una realidad donde sus demonios personales han tomado
manifestación física. Ahora, la forma en que estas criaturas se manifiestan
es brillante, porque, ok, hay demonios clásicos, pero prevalece un enfoque
modernista. Los demonios de la antigüedad tienen ponzoñas y cuernos porque eso
es lo que aterraba a los que escribieron los libros sacros, la agresividad de
las bestias nocturnas. Hoy, nos aterran los pozos olvidados de nuestras urbes,
la enfermedad (de ahí las famosas sillas de ruedas), la locura, el óxido y la
deformación.
“¿Sabes qué pasa?” le dice el quiropráctico a Jacob,
en una sesión oxigenante. “Si vives con
pecados y asuntos pendientes, vas a tener demonios persiguiéndote. Pero no te
están castigando, sino liberándote. Si has hecho las paces con tu pasado, verás
que no son demonios, sino ángeles”.
Una charla metafísica que es fácil de tener cuando no
es a ti a quien el mundo se le fragmenta.
Esta peli te deletrea algunas cosas, pero otras (como
la motivación de los personajes y el papel que cumplen) están para que tú
halles la lógica. Todo a lo que Jacob le teme está ahí, la verdad de lo que
está pasando se te indica varias veces si eres observador, aunque la peli no tiene una explicación canónica. Si quieres apagar
el cerebro y entretenerte con una historia de terror, esta no es para ti. Jacob’s
Ladder te obliga a pensar sobre lo que estás viendo y sobre tus emociones.
El subtítulo –y válida equiparación- es “El Infierno de Dante” y ¿sabes cómo
salió Dante del infierno? Iluminado.
“Esta película me dejó confundido, triste y
contrariado” escribió EL crítico de cine, Roger Ebert. “Es una dolorosa y deprimente experiencia, pero está dirigida, actuada
y escrita a la perfección”. Es como una vez leí, “Jacob’s Ladder es de esas
que se acaban y quieres abrazar a todos tus seres queridos”. No es
accesible (de hecho fue un bombazo en el cine), pero vale la pena que pagues la
entrada. No es que esta sea la película perfecta de Silent Hill, sino que SH es
hijo bastardo de esta película y cada vez que alguien habla de “terror
psicológico”, lo más probable es que se base en el libro que Adrian Lyne
escribió con lágrimas, pesar y mugre.
Un infierno moderno, vela y dime qué lectura le das
tú. Porque de eso es de lo que se trata; no
existe el infierno sino los apocalipsis personales. Una experiencia más que
una película, Jacob’s Ladder es necesaria.
Otra
por el estilo:
Un quiebre esquizoide retratado por un maestro, Repulsion.
No hay comentarios:
Publicar un comentario