Título
original: My Bloody Valentine
Director: George
Mihalka
Guion: John
Beaird
Elenco: Lori
Hallier, Neil Affleck, Peter Cowper
Cinematógrafo: Rodney
Gibbons
País: Canadá
Año: 1981
Víctimas de los Asesinos: 16
Hace
algunos años, el pueblo de Valentine Bluffs suspendió la celebración de San
Valentín porque, tras un accidente en que varias personas murieron gracias a
los mineros que se fueron de parranda, hubo una masacre perpetrada por Harry Warden, el único superviviente.
Hoy,
Warden está en el manicomio y aquello no es sino una leyenda. Pronto Valentine
Bluffs anuncia otro baile del día de los enamorados… y los asesinatos del minero no se hacen esperar.
Como
puedes ver, pocas slashers ejemplifican mejor el molde que esta película. Adam
Rockoff, quizá el más importante académico del slasher, indica que “existe la
idea errónea en la gente, en parte por la popularidad de Halloween y Viernes 13,
de que el asesino en estas películas siempre es un espanto sobrenatural que
lleva una máscara y un machete. Sin embargo, en la mayoría de las slashers el asesino es una persona corriente que
sufrió un terrible (y a veces ni tanto) trauma. Es por esa antigua
injusticia que él (y a veces, ella) busca venganza —y entre más sangrienta,
mejor”.
Así, Harry Warden es uno de los asesinos más
vistosos de toda la galería. Enfundado en traje de minero, va de negro con
un pico (no te rías si eres chileno, pongamos seriedad) y es, pues, una presencia
imponente. Cuando esta película termina,
te preguntas por qué nunca salió una secuela, si el malo tiene todos los
elementos para ser icónico. La respuesta radica, quizá, en la misma
producción: esta es una película grindhouse through and through, salida del
corazón independiente canadiense y sin un gran estudio que cuadre cuentas y
prepare una continuación cuando el film ni se ha estrenado.
Quizá
por eso mismo, porque esta gente no estaba vigilada por la censura del sistema,
My
Bloody Valentine es una de las películas de terror más sangrientas alguna
vez hechas —y no es sólo fama, la vaina de verdad es un río de sangre. En
el mundillo es infame porque cuando salió, la distribuidora en Estados Unidos
se negó a hacer negocios con los canucks, a menos que le cortaran las escenas
más explícitas. Es normal que a las películas de terror le recorten un minuto,
minuto y medio, pero aquí fueron nueve
minutos pasados por las armas. Dicen que, cuando escribes un libreto,
calcula un minuto de rodaje por página escrita. Imagínate que redactes un
libreto de noventa páginas y le quiten nueve por sanguinario. Todo el mundo se
muere en esta vaina.
Lo
eliminado fue leyenda hasta que salió el DVD en el 2009, y seguro puedes
conseguir por ahí la versión íntegra. Las escenas las reconoces porque se nota
que es el metraje más golpeado, la imagen se ve más granulosa. Pero ciertamente, era ultra-violento para
1981, y para hoy (hay una escena en unas duchas en que la vaina ya raya en
sadismo).
La
trama, como tal, es predecible y hay partes lentas, pero las muertes y los efectos son tan espectaculares que te quedas
pendiente a ver cómo el siguiente desgraciado va a morder el polvo. Un buen
remake se hizo de esta, y la verdad es que, al igual que otras slashers que
veremos pronto, uno queda imaginándose lo que pudo ser si una franquicia
hubiese nacido de esto, porque el potencial está.
Ya
conoces a las más famosas, ahora vas a ver a las menos conocidas que con todo
en contra hicieron historia. Y no hay
mejor inicio que My Bloody Valentine,
una slasher cabal.
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