Bundy fue un inusualmente
organizado criminal calculador que usó su extensivo conocimiento de metodología
legal para eludir identificación y captura por años. Las escenas de sus
crímenes fueron distribuidas por grandes áreas geográficas; su cuenta de
víctimas se había elevado a los 20 antes de que se hiciera claro que varios
investigadores en jurisdicciones bien separadas estaban cazando al mismo
hombre. Sus métodos de asalto preferidos era ataques contundentes y estrangulación,
dos técnicas relativamente silentes que se pueden cumplir con artefactos
domésticos comunes. Deliberadamente evitaba las armas de fuego por el ruido que
hacen y la evidencia balística que dejan atrás. Era un “observador meticuloso”
que exploraba sus entornos en detalle, buscando lugares seguros en qué adquirir
y disponer de sus víctimas. Era inusualmente hábil minimizando la evidencia
física. Sus huellas dactilares nunca se hallaron en la escena del crimen, ni
hubo alguna otra inequívoca evidencia de su culpa…” al menos hasta que dejó
mordidas en el cuerpo de una de las víctimas en Chi Omega y las mordidas
correspondían a su dentadura (ese elementó pesó dramáticamente en su condena;
NdelT) “...un hecho que repetía a menudo en los años en que intentó mantener
su inocencia.
Otros obstáculos
significativos para las fuerzas de la ley fueron los rasgos “genéricos” de
Bundy, características físicas esencialmente anónimas, y una curiosa habilidad
“camaleónica” para cambiar su apariencia a voluntad. Muy pronto la policía se
quejó de la futilidad en mostrarle su fotografía a los testigos; se veía
distinto en virtualmente cada foto alguna vez tomada de él. En persona, “…su
expresión podía cambiar toda su apariencia al punto en que había momentos en
que no estabas seguro de estar viendo a la misma persona” dijo Stewart Hanson
Jr, juez en el juicio DaRonch. Bundy estaba bien conciente de su mérito inusual
y lo explotaba, usando tenues modificaciones de vello facial o cabello para
cambiar significativamente su apariencia como fuera necesario. Escondía la
única marca que lo identificaba, una verruga oscura en su cuello, con camisas
cuello de tortuga y suéteres. Incluso su Volkswagen Escarabajo resultó difícil
de apuntar; su color fue descrito por testigos como metálico, no-metálico, té,
bronce, marrón claro y marrón oscuro.
Su modus operandi
evolucionó en organización y sofisticación a lo largo del tiempo, como es
típico con los agresores seriales, de acuerdo a expertos del FBI. Al principio
su M.O. consistía simplemente en forzar la entrada a un hogar tarde en la
noche, seguido de un ataque con un arma contundente a la víctima durmiente.
Algunas víctimas fueron atacadas sexualmente con objetos inertes; todas
quedaron sobre el lecho, inconcientes o muertas. Conforme su metodología
evolucionó, Bundy se volvió progresivamente más organizado en su selección de
víctimas y escenas delictivas. Empleaba varias tretas para atraer a su víctima
a las vecindades de su vehículo donde había escondido algún arma, usualmente
una barra de metal. En muchos casos usó un yeso en una pierna o un brazo en
cabestrillo, y a veces andaba en muletas, pidiendo después ayuda para meter
algo en su vehículo. Otras ocasiones se identificó como un agente de la policía
o de los bomberos. Bundy era apuesto y carismático, rasgos que explotó para
ganar la confianza de sus víctimas. Una vez cerca o dentro de su vehículo, la
víctima sería controlada, golpeada y sometida con esposas. La mayoría fueron
ultrajadas y estranguladas, bien en la escena del crimen primaria o (más común)
después de transportarla a una pre-electa escena secundaria, a menudo a una
distancia considerable. Cerca del final de su carrera en Florida, quizá bajo el
estrés de ser un fugitivo, volvió a ataques indiscriminados sobre víctimas durmientes.
En lugares secundarios
removería y quemaría luego la ropa de la víctima, o al menos en un caso (Julie
Cunningham), las depositaba en una caja para la beneficencia. Bundy explicó que
remover la ropa era ritual, pero también práctico, ya que minimizaba la
posibilidad de dejar evidencia que pudiera implicarlo (un error de fábrica en
las fibras de su propia ropa proveyó de crucial evidencia en el caso de
Kimberly Leach). Con frecuencia visitaba esas escenas secundarias para darse a
actos de necrofilia. Tomaba fotos polaroid de muchas de sus victimas. “Cuando
te esmeras para que algo salga bien”, le dijo a Hagmaier, “no quieres
olvidarlo”. El consumo de grandes cantidades de alcohol era un “componente
esencial”, le dijo Keppel y luego a Michaud; necesitaba estar “extremadamente
ebrio” cuando iba al acecho, para “disminuir significativamente” sus
inhibiciones y para “sedar” la “personalidad dominante” que temía podía
prevenir a su “entidad” interna para actuar en sus impulsos.
Todas las victimas
conocidas de Bundy fueron mujeres blancas, la mayoría de trasfondos de clase
media. Casi todas estaban entre las edades de 15 a 25 y la mayoría era
estudiantes universitarias. Aparentemente nunca se acercó a nadie que haya
conocido antes (en su última conversación antes de su ejecución, Bundy le dijo
a Kloepfer que se había mantenido lejos de ella “cuando sentía el poder de su
enfermedad aumentándole por dentro”). Rule notó que la mayoría de las víctimas
identificadas tenía el cabello largo, separado en el medio, como Stephanie
Brooks, la mujer que lo rechazó y con quien se comprometió para luego
rechazarla. Rule especuló que la animosidad de Bundy contra su primera novia
impulsó esta serie de ataques, enfocado en víctimas que se parecían a ella.
Bundy descartó esta hipótesis: “Debían ajustarse al criterio general de ser
jóvenes y atractivas” le dijo a Hugh Aynesworth. “Muchos han sacado esta paja
con lo parecidas que eran las chicas… pero casi todo era distinto… físicamente,
casi todas eran distintas”. Reconoció que juventud y belleza eran un “requisito
absolutamente indispensable” en su selección de víctimas.
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