martes, 12 de agosto de 2025

La "Guerra Cultural"


He estado leyendo últimamente sobre una de mis obsesiones, la guerra de Vietnam—el que tenga interés en lo bélico y no le haya metido, le da la espalda al segundo conflicto más fascinante del siglo XX—y, viendo todo el descalabro social que iba en aumento en los años 60’, que reventó en el 68’ pero que sentiría hasta 1973, me vino a la mente el concepto moderno de “guerra cultural”.

 

Ese período presidencial que LBJ arranca en 1963 abre nada más y nada menos que con el asesinato de un presidente, Kennedy. Nuestro hemisferio venía de una época de crecimiento sostenido y estabilidad con los años 50’, imposible adivinar lo que se venía. La guerra arranca oficialmente en 1965, año en el que también es asesinado Malcolm X, activista por los Derechos Humanos y las libertades civiles. Los 60’ en general fueron una época donde se consideraba que tú podías resolver un altercado político matando a la otra persona. El rock and roll que ya se veía atrevido con Elvis meneando la cintura, se convierte en una verdadera fuerza contra-cultural, primero con los Beatles pero luego con bandas más agresivas y con un contenido político más pesado, muchas de las cuales tomarán directamente al tema de Vietnam con rechazo. Es la década de la mini-falda y una generación de mujeres que dicen, por primera vez (de esa manera), que ellas no son apéndice del hombre, que tienen el derecho a controlar su futuro sexual y reproductivo y que si no les da la gana ponerse sostén, pues no se lo ponen.

 

La recluta, que se supone que va para todos los jovencitos americanos en edad de matar (pero no de votar), tiene privilegios: Tú podías obtener un diferimiento si demostrabas que estabas empleado en una vaina calificada o si estabas en la universidad, es decir que la recluta, esa supuesta lotería que mandó a una generación a la trituradora de Vietnam, se afincó especialmente en chamos pobres y principalmente negros. Martin Luther King dijo, con dos bolas, que qué bonito es que los jóvenes de color de los Estados Unidos tenían que ir al sureste asiático a defender libertades que ellos mismos no tendrían en el sur de Georgia. De la mano con esto, el atleta más famoso de la década, Muhammad Ali, sería objeto de esta recluta a la que se negaría, diciendo ante los medios que el enemigo suyo no era ningún Viet Cong sino los opresores blancos que lo jodían en su país y que no tenía sentido ir a arriesgar el pellejo cuando ningún comunista lo había llamado a él nigger.

 

Se desata una ola de protestas contra la guerra, que era realmente una ola de protestas contra el establishment. Manifestaciones importantes fueron lideradas por Martin Luther King, hasta que lo asesinaron en 1968—y dos meses después, el candidato demócrata que estaba casi en la Casa Blanca, Bobby Kennedy, es asesinado también. Los soldados que llegaban del frente venían súper desilusionados y le decían a la televisión que el gobierno mentía, que fueron a la guerra para nada y que todas estas medallas no tenían ningún valor. Estas manifestaciones pacifistas se replican en todo el mundo.

 

Se radicalizan los movimientos políticos y raciales, estos últimos con los Black Panthers (principal pero no únicamente), teniendo su expresión más extrema en el Ejército Simbionista de Liberación, que mataba gente y secuestraría en 1974 a la heredera millonaria Patty Hearst y la pondría a robar bancos. No hubo ciudad grande en la unión que no se volviera terreno de enardecidas protestas, muchas veces con la guardia nacional tomando la calle y llevándose gente presa sin ton ni son. Desde Chicago y Detroit hasta los disturbios de Watts en la costa oeste, la meta era prender al país en candela. Las universidades parecen santuario seguro de protesta hasta que en 1970 la guardia nacional agarra a tiros a una manifestación en Kent State, Ohio, matando a cuatro estudiantes e hiriendo a nueve. No sería el único evento de armas en una universidad.

 

En 1969 se descubre que el año anterior, un grupo de soldados americanos, supuestos defensores de la libertad y la justicia, masacraron a todo un pueblo llamado My Lai. Se habla abiertamente de que la guerra se perdió. En 1967, The Velvet Underground saca la canción Heroin, y ese reventón tendrá su apogeo en Woodstock, también en el 69’, año en el que Sharon Tate es asesinada por un culto de hippies diabólicos.

 

En 1974, el presidente de los Estados Unidos renuncia a su cargo al enfrentarse a la realidad (que era un bandido) y en 1975 cae Saigón.

 

Todo esto es muy a vuelo de pájaro. Pasaron otras cosas, pero esto es lo que me viene a la mente ahorita.

 

Y uno ve todo eso y lo contrasta con quienes dicen ahora que hay “una guerra cultural”, con la osadía propia del ignorante, porque hubo una cosa llamada Black Lives Matter y una gente quería cambiarse el género. Un bando dice que como esta serie de televisión no tiene suficientes actores de color, hay que boicotearla y acosar a los productores y asegurarse de que no vuelvan a trabajar más nunca en la vida, que paguen por sus pecados para siempre. El otro bando dice que como esta serie de Disney tiene muchas mujeres y actores de color, hay que boicotearla y acosar a los actores y productores, hasta que paren en la indigencia.

 

Lo mismo con las películas, lo mismo con los video juegos y lo que tú te imagines. Es, básicamente, una pelea de internet, sobre la que predica gente que vive conectada todos los días, con prácticamente ningún efecto en tu vida real. Y todo está enfocado en la cultura pop, es una pelea para controlar series de televisión que no me gustan y perseguir a gente que me cae mal por cómo se ve y cómo habla. Tienen el atrevimiento de decir que esto es el acabose, lo más bajo que hemos caído como cultura. La guerra cultural empieza con las películas y terminará en tu casa, una cosa que estoy escuchando desde algo así como el 2016 y que, en diez años, no termina de darse.

 

No, the western world isn’t ending; you’re just too ignorant to tell.

domingo, 3 de agosto de 2025

Vampires Suck!

Pregunta: ¿Existe la película de vampiros que asuste?

EC —Instagram.

 

Sí, pero antes de responder eso me excuso porque mi idea es una columna semanal y la verdad es que entre el trabajo y mis labores literarias personales, hermano mío, time is short.

 

Vamos con los muertos vivos: Esa pregunta que EC hace existe desde que nuestro querido Bela andaba seduciendo señoritas con su capa, su medalla y su acento extranjero; a decir verdad, esto está en el corazón del arquetipo del vampiro desde su génesis. ¿Cuál es el subtexto de Drácula? Que en la Londres victoriana todo el mundo es gente decente y las mujeres son muy formales y bien portadas, hasta que llega un extranjero a seducirlas con un beso que las vuelve locas. Solución: Los rectos señoritos deben cazar a este pervertido transilvano (y sus tres esposas pelvelsas).

 

Es difícil, pues, un vampiro que seduzca señoritas y que luzca como los mostrencos grotescos de From Dusk Till Dawn. Ya antes de Drácula hubo dos vampiros repulsivos: El famoso Conde Orlok, interpretado por Max Schreck en Nosferatu, y el tremebundo Profesor de London After Midnight, hecho por Lon Chaney en quizá la película perdida más famosa que hay. No sabemos a ciencia cierta qué tan aterradores resultaron a las audiencias contemporáneas, pero pocos años después, cuando Lugosi se puso la capa, ya estaba bien firme en la consciencia popular que los colmillos del vampiro entran realmente por los ojos y el corazón.

 

Supuestamente cuando el rol cayó en manos de Christopher Lee, esto cambió porque el Drácula de Hammer, bajo la dirección de Terrence Fisher, es un personaje más siniestro. Sus pasos no suenan y aunque es muy educado cuando nos habla por primera vez, a lo que se le cruza el apellido se le inyectan los ojos de sangre y toma un lenguaje corporal propio de un lobo. Se supone, amigo mío, se supone que cuando estrena en los años 1950s, la gente se asustaba porque la peli era además gótica y tenía sangre en technicolor.

 

Otra cosa que tenía era escotes interesantísimos. Y let’s face it, Christopher Lee was a hot piece of ass in his time. Alto, oscuro y misterioso, y además con dinero, con sangre azul (fuera de chiste), no sorprende que el tipo pronto tuviera chorropotocientas fans preguntándole en cartas si es verdad que el vampiro chupa.

 

Aquí donde estoy, y echando memoria, creo que el vampiro más “espuki” que me viene a la mente es, otra vez, Nosferatu pero esta vez en la piel de Klaus Kinski—pero eso es porque Klaus Kinski was a scary motherfucker himself—y para que veas cómo son las cosas, en ese mismo año en que Herzog dirige la nueva versión del vampiro alemán, tenemos a Frank Langella como un Drácula romántico y seductor.

 

La cosa no se pondrá tenebrosa sino hasta los 80’, con dos pelis en particular. Primero, The Hunger, en 1983, donde los hematófagos principales son Catherine Deneuve y David Bowie, two of the fucking sexiest people ever. La peli abre con una secuencia que servirá de inspiración para 90 libros de Vampiro, La Mascarada (y con música de Bauhaus, no less) en un vampireo delicioso, perfecto y violento. El resto de la película se disuelve in some arthouse stuff, pero al menos aquí ya hay un par de vampiros con quienes no quieres irte a casa.

 

Hay un aspecto muy interesante del vampirismo que aparece justamente en la tercera edición de Vampiro, la Mascarada (que incluso si no te gustan los juegos de rol, sigue siendo una excelente obra de referencia sobre los no-muertos) que explica cómo debe ser la realidad de una persona que debe vivir de noche y alimentarse de sus congéneres para vivir. El libro detalla que el vampirismo es realmente una puerta hacia la degeneración donde entre más tiempo ha vivido la persona, más separado se siente de todo lo que le volvía mortal. Algo así como el Doctor Manhattan pero con Depeche Mode de fondo.

 

Hay una peli que refleja eso: Mi favorita del tema y la ópera prima de Kathryn Bigelow, Near Dark.

 

Si tú te pones a ver, aquí están todos los elementos para una peli vampírica adolescente regular. Nuestro prota, un Adrian Pasdar con ojos de venadito perdido, se consigue con una linda rubia en esas eternas carreteras americanas donde lo que sobra son los camiones y estaciones de gasolina. Pasdar, que en la peli se llama Caleb, no sabe que esta chica de quien se ha enamorado es una vampira, que ahora le ha pasado la maldición y lo integra a su grupo de viajeros de la noche, mientras su familia hace la lucha por salvarlo y traerlo al mundo de los vivos.

 

Ese es el mismo argumento de The Lost Boys, que estrenó también en 1987 y es mucho más popular que mi consentida. La dirige Joel Schumacher, protagoniza Jason Patrick (también con ojos de venado perdido), la vampira sensual es Jami Gertz y en la banda de vampiros está Kiefer Sutherland. Salvándole la vida a Patrick tienes a los dos Corey (Feldman y Haim), una vaina invencible en la taquilla de ese año.

 

Pero mientras Boys es una buena peli para la generación MTV, Near Dark es oscura y violenta. La banda de vampiros, liderada por Lance Henriksen y con Bill Paxton y Jenette Goldstein a la cabeza, no van pendientes de enamorar a la audiencia, lo de ellos es la sangre y la van a obtener como sea. Infame es la escena en que pretenden volver un cazador al joven Caleb, metiéndolo en un bar de mala muerte del que nadie saldrá con vida. Acá no hay extranjeros con acentos seductores ni un sexy Kiefer picándole el ojo a la pantalla: La crueldad de estos vampiros es inhumana y realmente impresiona sobre lo lejos que pueden llegar.

 

La música la hace Tangerine Dream, de paso. This is the good stuff, buddy.

 

Pero ya sé qué es lo que estás pensando.

 

Vic, este resumen histórico está muy bonito, pero yo quiero un beta que me perturbe, que me cueste dormir.

 

Vale. Si eres susceptible a la violencia (o sencillamente a las buenas historias), Near Dark es la respuesta, pero si lo que quieres es una cosa perturbadora, grotesca y terrorífica, la peli salió hace pocos años, es francesa y aunque no la conoce nadie, es de lo mejorcito de la década: Le Vourdalak.

 

Acá estamos en el siglo XVIII y nuestro improbable héroe es un marqués de esos a los que Robespierre descabezará años después. Jacques Saturnin, el peluche en cuestión, se pierde por esos bosques góticos donde es mala idea andar sin caballo cuando cae la noche, y desesperado y recién robado, para en la casa de familia de un tal Gorcha.

 

El ambiente en la oscura cabaña está pesadito porque Gorcha se fue a matar turcos, adviertiéndole a su familia, “Si no regreso dentro de seis días es porque me mataron, y si regreso después de esos seis días, no me abran la puerta”. Bueno, mi hermano, los seis días se cumplen justo en esa jornada en que Jacques está de visita y aunque nadie cree en espíritus, una cosa en la que sí cree Jacques con fervor es en las nalgas de la hija de Gorcha, una bella chica llamada Sdenka.

 

Él se queda por ella, subestimando la leyenda. Conocerá a un suegro verdaderamente infernal.

 

Yo no sé con cuánta plata hicieron Le Vourdalak y ni siquiera quiero mostrarte al diseño del vampiro; sí te diré que a Gorcha no lo interpreta un actor sino una marioneta que no esconde su naturaleza. El personaje es un muñeco y punto. Pero el ambiente, la actuación del ensamble y la excelente dirección de Adrien Beau (quien da voz a la criatura) hacen de esta peli una vaina sensacional. Aunque Jacques no es un héroe y más bien es un protagonista antipático, Le Vourdalak da esa sensación de que estás viendo una película prohibida cuyas perversiones van mucho más allá de unos actores interactuando con un muñeco.

 

Si un vampiro existiera de verdad, y no es que este sea yo manteniendo la mascarada, sería indudablemente como Gorcha: Inmoral, decrépito, cruel y 100% aterrador. No creo que haya alguien que se asuste si se cruza con Robert Pattinson pelando los colmillos en un callejón oscuro, pero a este maligno espectro francés no lo querrás en tus sueños.