viernes, 1 de enero de 2016

Albaricoques



De todas las cosas brillantes que George Romero ha dicho, hay una que nunca olvido. “Los zombis en mis películas no son el tema principal, son un recurso narrativo. Tú puedes cambiar a los zombis por el terremoto, el incendio, el maremoto, los animales y el resultado es el mismo porque no se trata de los zombis, sino de la gente, del drama humano y cómo las personas reaccionan ante situaciones extremas”.

Con ese parámetro en mente, redacté la historia que nos ocupa y que fue galardonada con el primer lugar en ciencia ficción del Concurso Solsticios (valiente propuesta para la literatura de género venezolana –y más en tiempos de crisis). Claro que estaba obsesionado con los kaijus. Obsesionado. Pacific Rim ya había salido y la nueva Godzilla seguía en el cine, con escenarios apasionantes. Y si tú ves la primera Godzilla (Gojira), por Toho, es una película que sí, trata textualmente sobre un monstruo gigante que destruye al país, pero subtextualmente es una película sobre la bomba atómica, los terremotos y los terrores de que la ciencia descubra algo tan destructivo que no vale la pena desenterrar el fósil. Se confirma el precepto Romero; Godzilla es un desastre natural sapiente.

Todas esas películas tienen un defecto, sin embargo, que usé como ancla para abordar el tema: La perspectiva siempre es militar, es el científico en las altas esferas del poder o los políticos (al menos hasta que se pusieron estrafalarios). Si algo así llegara a suceder de verdad, es poco probable que tú o yo lo veamos a ese nivel. Nosotros lo veremos como lo que somos: civiles de a pie, reaccionando como mejor podemos y sabemos ante un evento que nos supera. The Host y Cloverfield nos echaron cuentos similares, pero en el casi terreno baldío que es la literatura de kaijus, quise asumir la narrativa desde un tipo normal sobreviviendo en su soledad. Dos subgéneros del sci-fi casados, no es el “apocalipsis zombi”, sino el “post-apocalipsis kaiju”. 

He aquí el resultado. Feliz año nuevo, gente cool.

- o -





Media hora más tarde, posé la lata sobre el televisor roto y contemplé mi suerte, mi limbo y la maldita, la lata, el símbolo de todo lo que había salido mal desde que el mundo se acabó.

Un trago de agua, un vistazo al cielo, cenizas todavía cayendo, copitos de nieve muerta. Hablo solo todo el tiempo. En mi morral hay dos libros: La Metamorfosis, que me pareció un ladrillo, y El Juego de Ender, que es entretenido. Traía Frankenstein también, pero lo dejé en la acera hace como tres días. Ahorita no puedo con ese llantén.

Analicemos mis opciones. Puedo: a) Patear la lata. Jamás la abriré así; b) Darle con una piedra. Haré tanto ruido que alguien vendrá; c) Buscar un vidrio y probar con el lado más filoso. Me voy a cortar, no tengo medicinas, me va a dar una infección y moriré; d) Rezar y abrir la lata de milagro, la opción más razonable hasta ahora.

Pasé dos horas tratando con las llaves de la casa y sólo le hice tatuajes hundidos, sin sabor ni color. Es lo que me merezco por conservar llaves de un lugar que ya no existe.

Al morral. Otro trago de agua.

Viajo de día y siempre por la sombra. Los cristales me crujen bajo los zapatos. El cielo es gris, los edificios lánguidos, a veces me parece que veo en blanco y negro. Huele a yeso o a carbón. Me arden los ojos pero ya casi no me duele el cuerpo. De vez en cuando oigo una voz, una tos, un lloro. Después del día de los soldados y la mujer, me hago el loco o me escondo. Trato de mantenerme por las vías que conozco, haciendo memoria de todas las veces que me fui a Puerto La Cruz con Mariela y sus lentes oscuros. Es arrecho cómo, a pesar de todo, sigue aquí, dentro.

Me pregunto si sigue viva. La peor parte de mí, la rastrera, sucia y egoísta, dice que si está viva, ojalá y Arturo se haya muerto porque así tengo chance de volver. Nos estamos divorciando porque la conseguí sentada en las piernas de ese cabrón (en realidad el cabrón soy yo); Discusión horrorosa de por medio, mi esposita de cinco años se ha acostado con su “mejor amigo” seis veces, pero me juró que, después de la boda, sólo se han besado. Cuando pienso en eso, quiero vomitar. Me quiero morir.

Freud decía que los seres humanos estamos motivados por dos influencias primordiales: Eros, o tu ánimo de vivir, y Tánatos, o tu ánimo de morir. Es casi gracioso cómo Mariela, la mujer que tanta felicidad me trajo, sea Tánatos, y Deimos, el cangrejo maligno de las profundidades del mar, sea Eros. Porque si me hubiese querido morir, ya lo estaría. Cuando ordenaron el desalojo de Caracas hice como todo el mundo: Empaqué y acompañé a la multitud. Una procesión más que una marcha, para abandonar las ruinas. En tres horas me di cuenta lo obvio: ¿A dónde nos van a meter? ¿Cuántos habitantes tiene Caracas? En la cola la gente se gritaba, se ofrecía golpes, se atropellaba. ¿Tú te imaginas a cinco mil damnificados viviendo en paz y armonía en un estadio sin techo? Yo tampoco. Los kaijus empezaron a atacar hace año y medio. Tú dirías que, con ese escenario, el gobierno habría preparado un plan de contingencia ante la eventualidad de que un reptil satánico saliera de La Guaira, a tan corta distancia de la capital, pero te recuerdo: Venezuela es un país en el que el suministro de agua depende de si llueve o no. Estar preparados es para otra gente.

Me desvié. Dejé que la marea siguiera su curso y me puse a recorrer las calles solo. Eso fue por La Urbina. De noche, La Urbina da terror (sobre todo esa noche), así que no quise jugármelas y me quedé en vela hasta el amanecer, sentadito en la calle, oculto. Ya con sol, me puse a buscar casa, con la casa había comida y aquí estamos hoy. Si Mariela me provoca morir, Deimos me hizo ver lo mucho que quiero estar vivo.

Qué nombre tan malo, ¿no? “Deimos”. Cuando el cangrejo apareció (obvio que no existen cangrejos gigantes, pero es el animal que más se le parece), otro kaiju apareció en Italia. Los reportes iniciales fueron muy confusos porque, aunque Deimos apareció antes, Fobos tuvo mucha más publicidad. CNN lo anunció con plena cobertura y muchos, incluyéndome, creímos que era mentira que había otro kaiju, a menos de un día de distancia de Caracas. Tenía que ser una equivocación, porque la gente lee cualquier vaina en twitter y corren los rumores. Pero ahí estaba, entrando por El Valle, con un rastro de apocalipsis como la baba de un caracol. Al italiano lo llamaron “Fobos”, por una de las lunas de Marte. El nombre del criollito era por la otra luna. Para que sea más tétrico, vamos a ponerle esos nombres, Fobos y Deimos, “Miedo” y “Terror”. Arrepentíos, pecadores, Terror viene y viene arrecho.

Mi mundo se derrumbó mucho antes. Uno dice que no debe depositar toda la felicidad en la pareja, pero es difícil trazar una línea. Después de que nos separamos, todo era una mierda, vivía amargado y solo. Un divorciado de treinta años que no tiene para seguir pagando el alquiler, con esas imaginaciones nocturnas, ella en la cama con él. Uno tiene que ser digno y sé que hice lo correcto al dejarla ir, pero hay que ponerse estos zapatos y verle la cara al dolor. Igual no creo que se hayan cogido en ninguna de esas noches; a Mariela le encantaba hacerlo era en la tarde.

Esa mañana, la del ahora llamado “Día Cero”, llegué a la oficina con mi habitual capa de miseria. Se me estaba cayendo el pelo, estaba más gordo y ya traía mal aliento. Es raro ese momento en que llegas al trabajo un miércoles y la oficina está vacía. Todos estaban en el comedor, en la proyección de una película. El monstruo que destruía Japón era un tipo en traje de goma. ¿Por qué lo vemos por Globovisión?

Días oscuros con noches sin luna. Kappa-Sama, el camaleón gigante que se comió a Hiroshima. Una palabra que nunca olvidaríamos: Kaiju. Apocalipsis. Los mayas se pelaron por pocos años.

Cuatro monstruos más tarde, el dominio sobre la cultura era total. Nadie podía ponerse de acuerdo sobre lo que eran: Mensajeros de Dios, mensajeros del Diablo, mensajeros de la tierra. Animales prehistóricos que se durmieron y ahora se quitaron las lagañas. Extraterrestres. Los primeros terrícolas, dueños del centro de la tierra. Bill Maher, conversando con Neil DeGrasse Tyson y otro científico que no sé quién es, dijo “El origen no importa tanto como el destino, y el destino deletrea ‘extinción’”. No te rías que es verdad. 

Muerto Kappa-Sama, el Pentágono arrojó su plan para enfrentar otro “incidente
xenomorfo”: Atraer con tropas a las criaturas hasta que estén en áreas deshabitadas y ahí descargar la artillería. Mostró planos del tanque GuyMontag212. “Este tanque está equipado con un cañón de 120mm y puede disparar proyectiles kinéticos. Más que suficiente”.

Un monstruo en Escocia (resulta que el monstruo del lago Ness sí existía), uno en las Filipinas, destruidos en un día. Pulgasari arrasó con Corea del Norte hasta que llegó al Sur y fue acribillado (ahora Corea tiene un déficit fiscal; es irónico que los refugiados causaron más daño que el dragón). Imagino que los tanques ya dieron con Deimos, pero ¿mi opinión? Si los soldados de este país fueran tan eficientes, Caracas todavía existiría.

Desalojo decretado, las calles se trancaron ipso facto. En el tráfico, lo vi, hacia La Previsora. Hubo quienes dejaron sus carros y se fueron corriendo (algunos fueron arrollados). El carro que iba atrás de mí me chocó, la cadena de desesperación. Deimos tenía el caparazón, las tenazas y los tentáculos, pero más que eso, era grandioso, una presencia como la que debe tener Dios. La gente se echaba en medio de la calle a rezar. Lloré sin darme cuenta, me temblaba el cuerpo. Me descubrí eufórico. Pudo ir hacia mí, pero siguió a La Florida. Cuando ya no estaba a la vista, todavía podías escucharlo aullar.

Eso fue hace una semana. Sigo vivo. Siempre tengo hambre pero nunca me he quedado sin comida. Igual me hacía falta rebajar.

A golpe de mediodía, empezó a llover. Me cobijé bajo el techito de una panadería (violada, desvalijada) y volví a la maldita. Pasando bajo una santamaría como los párpados entreabiertos de un cadáver, la saqué del bolso. No la veía bien, pero mis dedos le acariciaban el exoesqueleto. Saqué la linterna y alumbré. Ratas huyeron, polvo se levantó. Este soy yo, el hijo de Élida Palma: Empaco una linterna y se me olvida la navaja. Si Mariela estuviera aquí, me diría que ahora sí nos vamos a morir. Que tengo poca visión, que traer un cuchillo era lógico. Habría echado vapor por los oídos y me habría castigado con dos horas de miradas venenosas. O no me hubiese dicho nada y eso habría sido peor.

El estómago me gruñó. Una barra de granola con sabor a paz mental.

Estoy enamorado de Mariela. Dios, permite que esté viva. Si quieres mátame, pero deja que ella viva.

Desperté con la respuesta a mis problemas mirándome. Una serpiente dorada, la luz de un sol artificial. Emergí a la realidad como el que se está ahogando y es expulsado del mar: tonto, torpe y con una parte de mí deseando quedarse en las profundidades donde todo es paz. Me tapé los ojos y ahora sí, adrenalina como aceite hirviendo.

Una silueta con brochazos de color. El cuchillo en primer plano. Tenía que ser robado porque no era un chuzo, era de hoja filosa y un lado con sierra. Militar. No sé hace cuánto vi a la mujer y a los soldados. La rodearon como lobos. No me involucré porque soy un cobarde, supongo, pero todavía la oigo gritar. Si este cuchillo vino de un soldado así, mi sangre no sería la primera en probar. Y una vez un arma saborea sangre, la pide a cada rato.

El tipo apuntó, pero no hacia mí. Cuando había mundo, me robaron tres veces. Siempre se siente como la primera.

—Dame la lata, mamagüevo.

La sensación fue parecida a la que Deimos me causó, pero donde hubo maravilla, ahora había humillación. ¿Puedo negociar? ¿Qué le puedo entregar que no sea la maldita? Necesito todo lo que tengo y lo único que me falta son opciones. Bajé la cara.

Entregué a la maldita. Te tuve y ahora te veo ir. Este es mi papel en la vida.

Es una lata de aceite, dije. Es inútil, dije.

—No me interesa.

La lata. La hoja. Fobos, Deimos, Mariela. La mujer gritando y los soldados riendo.

—¿Tú estás viendo esa vaina? —señalé hacia la santamaría.

Volteó y me arriesgué. Aparté el cuchillo y apoyé el cañón del 38, en la frente, en una piel de piedra, un cuero endurecido.

—Tira el cuchillo, güevón.

Aquí los dos somos unos cobardes cayéndonos a cobas. Pero la lata es mía.

—¡Échate para atrás, pues!

Obedeció. No recuerdo qué grité, pero cogió miedo. Por dentro, sonreí, el deseo de traicionarme, de reírme en su cara. El hombre es salvaje en el fondo. Quítale civilización pero nunca le quitarás a la bestia. Él es mi Piggy y yo soy El Señor de las Moscas.

—Pon el cuchillo en el suelo y empújalo con el pie. No te equivoques.

Bajó el cuchillo. Una lija raspando al suelo en su trayecto hacia mí. Medio me agaché y él se movió, un paso al frente, ¿TÚ TE QUIERES MORIR? No me di cuenta de que lo grité hasta que vi la reacción. Para atrás.

—Los causas vienen en camino.

—Hablapaja —contesté—. Si tuvieras perros, ya habrían llegado. Échate pa’ allá.

Una pausa, un vistazo en rededor. Una cueva de tinta.

—¿Pa’ dónde?

—COÑO, PA’ ALLÁ, PA’ ALLÁ. A tu izquierda. La bicha tiene gana e’ tosé, tiene tos.

Esto es genial.

Recogí el cuchillo y agarré a mi maldita, puta y traicionera, pero mía. Guardé todo. El hampón al fondo de la panadería, donde yo estaba antes. La mentira es mi deus ex machina.

—Cuenta hasta diez mirando a la pared. ¿Estás mirando?

—Sí.

—¿Sabes que voy a hacer si me mientes?
 
—Me vas a tirotear.

—Porque la bicha tiene gana e’ tosé. Dilo.

Me giré, pasé bajo la santamaría, sonrisa de Guasón. Ante mí un flaco en franela ovejita y un gordo sin camisa.

Me vieron.

Los vi.

—NO TE MUEVAS, MAMAGÜEVO —batiendo esa pistola.

No sé si me creyeron, porque arranqué. Venían detrás, gritando en voces y te juro que jamás tuve tanto miedo. Deimos era tan grande y poderoso que la incredulidad lo arropaba, pero esto era demasiado real. Todas las historias de malandros que has oído vuelven a ti.

Giré esquinas, esperando callejones, soldados violadores, monstruos gigantes. Esperando a Mariela con el tipo ese. El truco para perder a gente que te persigue es romper el contacto visual. Un pipote de basura, me lancé de chapuzón. Deimos tiene su caparazón, ahora tengo el mío. Escondido, los escuchaba.

—Deja esa verga así, tiene una pistola.

—¡No tiene balas! ¿Por qué crees que salió corriendo?

Abracé mi 38 vacío y soñé con el cuchillo en mi morral. Se me olvidó la navaja, soy un cabrón y un cobarde envuelto en basura, sí. Pero mañana, deliciosos albaricoques.

4 comentarios:

  1. tanto peo por albaricoques??? jajaja yo pensaba que era atun... yo no habia visto el titulo, porque al abrir la mencion de george romero atrapó mi atencion.. por eso pensaba que era atun jajaja que bolas..
    excelente historia drax! ;)

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  2. Excelente Mr. Drax!!! Felicitaciones, buena trama, me atrapó! 👏

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