Hace unos años, después de que salió The VVitch y Hereditary, y Get
Out, el fandom de los sustos en el cine empezó a ver una curiosa
expresión, “horror elevado”, la forma que tenían los críticos y comentaristas en
las esquinas de internet para referirse a películas que tenían un libreto bien
formado y que hablaban de mucho más que del monstruo bajo la cama. “Esta es una
película inteligente,” exponían, “porque Get
Out es realmente sobre todo este asunto racial que al director se le da tan
bien.” Entonces The Invisible Man era
elevada porque se trata de misoginia y la vida que sufre una mujer con un
acosador, y Summer of 84’ era elevada
porque bajo ese texto de asesinatos en un vecindario bien está una historia
sobre la pérdida de la inocencia y el duelo que deja abandonar la niñez. Esto
siempre es con películas nuevas, porque la marca real de una persona que usa la
expresión “elevated horror” es su crasa ceguera sobre el género que está
comentando, dios los libre de ir al pasado y ver una película en blanco y
negro.
Porque, hermanazo, películas de terror con texto y subtexto y sendos
libretos existen desde que el cine es cine. Ahí tienes Repulsion, Les Diaboliques, Psycho y la
mamá de la película de terror social, Night of the Living Dead.
Este año salió otra de las “elevadas”, que desde ya te digo que es una de
las mejores pelis de terror de la década, un cover muy inteligente de una
canción de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino enfocado ahora no a la
explotación y la violencia, sino a cómo los terrores fantásticos son realmente
metáforas para los ineludibles monstruos de nuestro mundo real—y cómo a veces
lo único que necesitas para salvarte es el arte.
Nosotros lo vivimos cuando, en pandemia y encerrados, la gente se volvía
loca por un nuevo documental, una nueva canción, una peli, libro o juego de
video. Un par que está clarísimo sobre la comunión divina entre la vida y la
música son los gemelos Smoke y Stack Moore, unos muchachos de cuidado que
pelearon en la Gran Guerra y sirvieron después en el ilícito ejército de Capone
y Giancana, moviendo licor por Chicago y ajustándole las tuercas a quien se
sale del carril.
Pero el año es 1932 y estos chicos, que han acumulado unos centavos,
quieren dejar todo eso atrás y montar un negocito bien chévere donde la gente
pueda ir a tomarse su traguito, bailar y disfrutar de la mejor música del
momento—y quizá de hoy—, el blues. Problema número uno: Los hermanos Moore son
negros. Problema número dos: están en Mississippi.
Contexto porque hay quien no lo sabe, sobre todo entre nosotros latinos que
crecimos sin esa tara cultural del racismo: Los Estados Unidos, a diferencia
del resto de las Américas, tuvo que esperar a la segunda mitad del siglo XIX
para liberar a sus esclavos y esto sólo fue después de una sangrienta guerra
que destruyó a la mitad del país. Los antiguos esclavos pasaron de trabajar sin
piedad en los campos a una libertad a veces emulada porque sí, tenían independencia,
pero no tenían plata ni casa, ni bienes ni aceptación de la mayoría de la
sociedad blanca. Muchos terminaron volviendo a las fincas de sus antiguos amos
para seguir trabajando en condiciones marginalmente mejores a las que tenían.
Esta situación perduró hasta los
años 1970’ en el sur de los Estados Unidos, que fue cuando se derogaron las
últimas leyes de segregación racial. No me creas a mí, sólo ponle la oreja a
los grandes bardos de nuestra era, todos ellos negros y comediantes gringos:
Dave Chappelle, Eddie Murphy, Richard Pryor, Chris Rock, Bernie Mac… esa es una
sociedad donde, si tú eras negro y estabas en el lugar equivocado, ver mal a
una mujer blanca podía ocasionar tu linchamiento, como le pasó a Emmett Till,
justamente en Mississippi. Y si tú crees que esas taras ya están superadas, a
Rodney King le metieron una pela en 1991 (y en Los Angeles, fuera del sur) y la
discusión sigue prendida tras el asesinato de Trayvon Martin y Eric Garner,
entre tantos otros.
Esto es algo que una persona que no haya caminado en los Estados Unidos y
visto la segregación que existe hoy no
lo va a entender. Es una vaina que en Latinoamérica no tenemos, acá nuestro
pecado original es el clasismo, pero tú no vas a ir caminando de un sector de
la ciudad a otro y resulta que ahora todo el mundo a tu alrededor es negro y
los blancos no pasan por aquí. Es una cosa tan bizarra que genera muchísimo
shock cultural cuando te das cuenta de que cruzaste una frontera invisible.
Es por eso que cuando los hermanos Moore están cuadrando su parranda, se
sobreentiende que esta es una fiesta segregada. El bar es de negros, con
músicos negros, para un público negro que todavía vive en la pobreza y en los
márgenes del pueblo, con menos oportunidades que sus pares blancos y dándole
duro a esos campos como si aquí no cambió nada. Uno de esos músicos es primo de
los Moore, el wunderkind del blues Sammie
“Preacher Boy” Moore; mi hermano querido, los terrores afuera de este bar son
tantos que sobran, pero a lo que Sammie empieza con esa guitarra y el buen Slim
lo acompaña en el piano, el terror ya no importa. Entre la música, estamos
salvados.
Y tanta es la vida que irradian en el nuevo bar que un personajito siniestro
y vomitado por la noche, el irlandés Remmick, se ve atraído por el jolgorio. Su
encuentro con los Moore será un duelo sangriento, filosófico y hasta musical.
Sinners es
una película de Ryan Coogler, el mismo de Pantera
Negra, Wakanda Forever y, muy importante, las películas de Creed, que es donde más brilla junto al
también protagonista de esta cinta—y uno de los mejores actores que Hollywood
tiene hoy—Michael B. Jordan, por acá en el rol doble de los gemelos. Ya hablé
de Rodríguez y Tarantino, y quien vaya por la mitad de esta peli podrá ver el
paralelismo con una inspiración confesa, la brillante From Dusk Till Dawn, pero donde la epopeya Tex-Mex apuntaba
a la explotación, al gore y la violencia, acá el foco está en lo estético y en el
contexto social e histórico.
Los hermanos Moore, y me quito el sombrero, pana, ante su actor, no son tan
diferentes on paper de los hermanos
Gecko, pero es como el efecto mariposa, los eventos y el entorno lo cambian
todo: Resulta muy curioso cómo empezando la peli, Slim cuenta cómo un talentoso
músico que él conocía termina linchado por atreverse a tener un sueño rodeado
de imbéciles racistas, y tú sabes que ambos hermanos se ven reflejados en ese
cuento, ellos quieren creer (y nosotros con ellos) que el sueño es posible. Los
sueños de los Gecko, en contraste, eran rial y las piernazas de Salma
Hayek—sueños validísimos, hay que decir.
Entonces Sinners no está “elevada”
sólo por su libreto, como diría el crítico típico de internet, sino que toda la
puesta en escena y la dirección de arte existe para arrastrarte a este poema de
sangre donde dar el paso equivocado con la sociedad mainstream tiene graves
consecuencias. Pilla esto:
Este es el antedicho Remmick (papelazo de Jack O'Connell, que ya destacaba
en This is England), que quiere
entrar al bar con sus dos compinches. Musicalmente, la escena la saca del
estadio y yo quiero ver el trascámaras para ver si esa gente realmente armoniza
así. Pero, aparte de que esta es una escena que te trae a esa era de Hollywood
donde el cine era realmente de espectáculo y canción, fíjate bien qué es lo que
hay debajo. Gente en el grupo de los gemelos está viendo clarito que esto no es
tres blanquitos equis que vienen a cantar, aquí hay algo siniestro y depredador;
la amenaza está en la iluminación de la escena y en el lenguaje corporal de los
histriones, porque la cancioncita es chévere, está ahí para distraerte como
distrae incluso a uno de los hermanos, pero esa sonrisa que tiene Remmick y
esos hombros agachados con los ojos saltones del pana a la derecha no es la
actitud de un amigo.
Conforme vamos viendo la peli, comprobamos la naturaleza oscura de estos
visitantes, que no quiero arruinar del todo por acá, pero es que lo que
nuestros héroes temen es algo muy real, fíjate que la primera pregunta que
lanzan es “¿Ustedes son del Klan?”
(Y es un detallazo, porque los irlandeses eran marginales
en el Reino Unido también).
Hay una teoría sobre el cine de terror que reza que
debajo de toda gran película de miedo hay realmente un drama ante el cual los
personajes reaccionan. Ya, The Exorcist es la historia de una niña poseída pero también es el drama de una
mujer cuya hija está enferma, los doctores no saben qué es (sólo esto es
aterrador de por sí) y la única salvación está en un cura con crisis de fe. Sinners conecta contigo porque no hay
que hacer mucha imaginación para entender a qué se refiere la historia, con un
drama que mucha gente vive en todo el mundo.
En fin, anda a ver Sinners. Te espera un soundtrack que vas a ir a escuchar a lo que rueden los créditos (pendiente, que hay una secuencia después de los créditos iniciales) y unas escenas sobre las que seguiremos hablando dentro de 10 años. Una sensacional historia sobre la verdad de ser marginado y cómo las pequeñas victorias son amaneceres que rescatan de tan oscuras noches que nos tocan…