Leves
spoilers a continuación.
Fight
Club me agarró en un momento muy particular de mi vida.
Para cuando descubrí con mis amigos al “Project Mayhem”, teníamos como tres
años dedicándonos religiosamente al vandalismo y al alcohol. Es la época en que
te estás haciendo tus primeros tatuajes, aprendiendo que todo en este país
tiene un precio y familiarizándote con las leyendas urbanas de Bellas Artes.
Bebíamos de lunes a sábado, gasolina de avión, desde temprano hasta que se
acabara el dinero –el concepto de “bebida social” era abstracto porque si no te
quieres rascar, ¿por qué tomas licor? Éramos un clan en male-bonding-ritual que había llegado a la conclusión de que no
estamos hechos de fibra y vitaminas, sino de colillas de
cigarros y latas dobladas. El chiste habitual era que para sacarnos de un
lugar, debías gritar que “VIENE LA POLICÍA” -en una ocasión, huimos de una
fiesta en masa sólo por el rumor de
que las autoridades estaban en camino. Entendimos que la senda del exceso lleva
al palacio de la iluminación. Despertabas el domingo al mediodía, descompuesto
y con cicatrices que no sabías cómo obtuviste, lo que quería decir que la
pasaste genial. Alejado de esa doble vida, el tiempo transcurría en cámara
lenta. Cantaba esto con
ironía, estábamos convencidos de que nos manejábamos en otra esfera y, a pesar
de estudiar Derecho, una vida de traje y corbata lucía inconcebible. I blew up
like three dates because she thought it was odd for me to be drinking at ten in
the morning e ir a terapia me parecía contraproducente, por temor de que cuando
esos demonios se fueran, también lo harían los ángeles.
Tyler
Durden era el profeta que buscábamos.
“Somos una generación de hombres
criados por mujeres. Somos los hijos medios de la historia. Sin propósito ni
lugar. No tuvimos una Gran Guerra ni una Gran Depresión. Nuestra gran guerra es
espiritual. Nuestra gran depresión es nuestras vidas. La televisión nos ha
criado haciéndonos creer que un día seremos millonarios, dioses del cine y
estrellas de rock. Pero no es así. Ya nos dimos cuenta. Y estamos muy encabronados”.
Fucking A.
Tyler,
sin embargo, me es tan innecesario hoy como le es al protagonista de aquel
cuento, ahora llamado “Sebastian”. Tiene bolsas bajo los ojos, el cabello se le
está cayendo y ha sentado cabeza. ¿Recuerdas ese sport-fucking que lo unió a
Marla? Tuvo consecuencias tangibles en un hijo que representa, para mí, uno de
los temas del libro. Hizo un trato con las autoridades tras el caos y mantiene
a sus complejos y personalidad paralela al margen a punta de pastillas. Entiende qué fue ese experimento al que
perteneció y qué espacio llenó en su vida. Lo superó y el mundo siguió
girando.
Y
precisamente porque la velocidad ha bajado, Marla, su esposa, está frustrada. Tienes
que preguntarte qué tan sólida fue la relación porque no era el romance lo que
los unió y si ella se enamoró, no fue de
Sebastian, sino del alter ego. Ha cambiado también pero su madurez no es
tan evidente porque ¿recuerdas lo incómodo que era cuando estaba con Not-Tyler?
Ahora vive con él. Está yendo otra vez a charlas grupales, admitiendo el día a
día la tiene enferma. Creo que sabes qué viene: Tyler efectivamente vuelve
(luciendo como en el libro y no como en la peli) y el caos se desata otra vez
para Sebastian, para Marla y para el creador de todo, Chuck Palahniuk.
El
libro funciona, y esto es algo que debes saber de entrada, en dos planos –es tanto una secuela como una exploración
del fenómeno cultural. Hay muchas cosas que si no te fumas tu respectiva
lumpia y te acercas con mente abierta, te van a chocar. Chuck siempre ha sido
un escritor minimalista, lo que quiere decir que pide tu colaboración como lector para que llenes los espacios en
blanco. Acá, por ejemplo, tenemos la trama de Sebastian, que es
convencional, él luchando para re-entrar en un estilo de vida con el que ya no
se identifica, y tenemos la trama de Marla, que, bueno, okey: Uno de los grupos
de apoyo a los que ella se unió es de niños prematuramente viejos (¿ves la
metáfora?). Aliándose con uno, se une a una compañía de mercenarios
internacionales, creando una red que pueda luchar contra un Project Mayhem que
empezó local y que ahora es global.
Si
tú tomas ese arco argumental así, es absurdo. Puedes aceptarlo, entonces, como
una de dos: O su trama es literal y están pasando un poco de vainas ilógicas, o
es metafórico, como parte de la guerra interna que Marla tiene por comprender
que si ella no quiso a un hijo, tiene una responsabilidad ahora y más le vale
asimilarlo. Fight Club fue la fiesta, Fight
Club 2 es la factura. Tú me puedes decir que retratarlo así es mucho
más dinámico que ella en la casa sola gritándole al espejo, pero ese es el
detalle, Chuck eligió esta manera de contarnos la historia y tú no la cruzas de
la mano con él. Tienes que asumir ciertas vainas.
Consecuencias
y madurez, pues. ¿Te acuerdas de Angel Face, el personaje de Jared Leto? Regresa
y está tan cambiado que cuando Sebastian lo ve, no lo reconoce. Angel Face nunca quemó la etapa y nos
lo describen como se vería “alguien que ha ido al Club de la Pelea todos los
días durante los últimos diez años”. Es una ruina de hombre en la colmena,
perdido en la droga de elección. Creo que todos lo hemos visto, ese tipo de
cuarenta años que nunca se cortó el pelo, el pana que, mientras el grupo
progresó, él sigue yendo a bodas con una camisa de esmoquin estampado y zapatos
converse. Jura que luce “irónico”.
Angel Face necesita
a Tyler. ¿Has escuchado de la estructura freudiana de la personalidad? Freud
dijo que la personalidad está conformada por tres elementos:
1-
El
Ello, que es inconsciente y representa tus deseos egoístas en
búsqueda de la gratificación;
2-
El
Superyó, que son todas las reglas y limitaciones que nos
ponemos a nosotros mismos y nos dan una estructura a la qué ajustarnos y;
3-
El
Yo,
que es una mezcla de las otras dos, la lucha de los deseos con la necesidad de seguir
las reglas.
Bueno,
Tyler Durden es el Ello hecho carne,
sólo concibe impulsos egocentristas. ¿Sabes ese tipo de cincuenta años que
se compra un carro caro y se pierde un fin de semana como si tuviese veinte?
Tyler Durden at work. ¿Ese bro que nunca se graduó, trabaja de dependiente muy
por debajo de sus capacidades pero llega a casa a zambullirse en videojuegos?
Tyler. Es todos esos impulsos que puedes
permitirte si te olvidas de la responsabilidad. Angel Face es el futuro en
el que Marla y Sebastian pueden caer si vuelven al “mesías”.
El
primero en denunciarlo es el propio Palahniuk. La serie dura diez episodios y
entre más nos acercamos al final, la lucha de Sebastian va dando paso a un
argumento metatextual, retratando al autor con un equipo de escritoras. El
final original de la trama, que figura en el noveno capítulo, es tan
insatisfactorio que hordas de fans se presentan ante la casa del autor a exigir
una explicación.
“Ustedes
no comprenden” dice Chuck. “Tyler no es
un liberador sino un manipulador que menosprecia a sus acólitos porque,
precisamente, son manipulables. ¿Leyeron el libro?”
La
audiencia lo mira confundida.
“¿Qué
libro?”
El
proyecto que era El Club de la Pelea, que se convirtió en un fenómeno cultural
tras la película, está ahora huérfano y al igual que Sebastian, Chuck es víctima de lo que ha inventado.
Si te molesta la falta real de un cierre argumental o el crecimiento de
Sebastian (o el mero hecho de que tiene un nombre), eres uno de los tantos que
está representado al final, una
fanaticada no de Chuck sino de Tyler, el arte trasciende a la vida. Me
recuerda a Arthur Conan Doyle, “Haber matado a Sherlock Holmes no fue asesinato
sino legítima defensa, porque si no lo hubiese hecho, él me habría matado a
mí”. Me pregunto si Palahniuk habrá tenido esa frase presente en el episodio
final –mucha gente no sabe que Sherlock no existió realmente, es un personaje
literario.
Si
estás esperando una narración lineal que siga las pautas de la película, te vas
a decepcionar. Si estás buscando esa prosa transgresora y la exploración de
tabúes propia de Palahniuk, te vas a decepcionar. Lo que no decepciona es el arte de Cameron Stewart, un señor “lapicista”
que sabe cómo explotar la narrativa –a veces rescatando el libreto (es más
fácil si comento su labor recomendándote todo proyecto en que él esté. ¿Ya
viste su Batgirl?).
La secuela me consiguió en un espacio mental distinto. Tengo un empleo estable y
aunque no tengo sofá ni casa propia (porque Venezuela), sí he adquirido deudas
con mi nombre, que pago puntualmente. ¿Esos side-shades a lo Reed Richards? Nuevos. I did go to therapy and my creativity actually
improved. Fui el primero de mis amigos que le dio la espalda a la
bebida y recuerdo la primera vez que, tras la rutina sabatina habitual, estuve
enfermo hasta el miércoles. Algunos de esos amigos están casados. I got sick of
being angry all the time. Aunque como menos, subo de peso con más facilidad y
estoy mejor organizado, más productivo, más enfocado. Cuando leo El Guardián Sobre El Centeno, sólo veo a
un quejica compulsivo. Muchas cosas siguen sin estar resueltas, pero mucho de
ello ya no importa -y hay mucho con lo que he hecho las paces sin que se
acabara el mundo.
¿Insatisfecho
con el final? Era una reacción medida.
Marla cambió, Sebastian cambió, Chuck cambió y nosotros cambiamos. El espacio
que Tyler llenaba en nuestras vidas (y puedes sustituir a “Tyler” por tu
veneno) ya no está ahí. Como dijo Edward Norton al final del film, “My eyes are
open”.
A
Chuck sólo le cabrea que nadie lo haya escuchado.
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