Cuando
tenía como 17 años, redacté una historia sobre una pareja de adolescentes que
tenía un hijo endemoniado. Enlazaba el texto con las ansiedades del embarazo
adolescente y me sentí muy sofisticado cuando se la mostré a mi tío Cheo. No
sabía yo que Cheo Perroni era editor.
Se
sentó con un bolígrafo rojo y yo, que le pasé la historia para que se impresionara,
me quedé ansioso, preguntándome por qué estaba rayando el manuscrito que me
costó tanto imprimir. Resultó en una de las experiencias más educativas que he
tenido, cuando me llamó y me explicó punto por punto qué funcionaba en la
historia y qué no. Yo traté de defenderme con los argumentos básicos del
escritor, que cree que tiene la razón siempre porque a fin de cuentas es el
autor. Él fue pétreo en su exposición. En un punto, subrayó un párrafo completo,
escribiendo “P.Q.C.” al margen.
—¿Qué
significa “P.Q.C.”?
—Fíjate.
El chamo decide quemar la casa. ¿Por qué? Le tiene miedo a lo que piensan en el
pueblo —arrugó la cara—. Eso, meh, es una acción muy drástica para una
motivación tan superficial. ¿Por qué no se muda o deja a la familia? Entiendo
que quieres un desenlace, pero la motivación no cuadra. Por eso el “P.Q.C.”,
“Pa’ Que Cuadre”.
¿Por
qué Batman quiere matar a Superman sin entrevistarse con él extensamente (como
hace en Dark Knight Returns)? Porque necesitamos que los dos peleen al final. Pa’ que cuadre.
¿Por
qué la Mujer Maravilla se toma vacaciones del planeta tierra y vuelve en lo que
Deadpool llamaría “un aterrizaje heróico”? Porque necesitamos introducir al personaje
de forma dramática y mete cualquier excusa. Pa’ que cuadre.
¿Por
qué tenemos a un insufrible Lex Luthor con planes nebulosos? Porque necesitamos
a un personaje tipo Joker y no lo tenemos, así que pa’ que cuadre, este es el hijo del otro Lex.
¿Por
qué salen tantos personajes sin desarrollo? Porque así promocionamos la
película de la Liga de la Justicia. Pa’
que cuadre.
La película hasta incluye al personaje más PQC en la historia de los cómics, Doomsday, un clon de Randy Savage en body paint y shorts verdes, creado exclusivamente para matar a Superman, ese es su único propósito argumental y el resumen de su caracterización tras veinte años. ¿Por qué? Porque necesitamos matar a Superman porque eso disparará las ventas. Pa’ que cuadre. Ya hablamos de esto.
La película hasta incluye al personaje más PQC en la historia de los cómics, Doomsday, un clon de Randy Savage en body paint y shorts verdes, creado exclusivamente para matar a Superman, ese es su único propósito argumental y el resumen de su caracterización tras veinte años. ¿Por qué? Porque necesitamos matar a Superman porque eso disparará las ventas. Pa’ que cuadre. Ya hablamos de esto.
Sé
que DC no es la cuna de la sutileza, pero habría preferido que La Muerte de Superman se hubiese dado
como un gran ardid de Lex Luthor, su archienemigo, supongo que porque me gusta
la noción de que el hombre más veloz, fuerte e invulnerable del mundo es
eliminado por un tipo normal y su intelecto. Quizá por eso Red Son es mi historia
favorita de Supes, una novela mucho, pero muuuuuucho mejor narrada que La Muerte de Superman.
Pero
el objeto de este post no es hacer un review sobre la película porque para eso
está el resto del internet. Lo que yo quiero darte es perspectiva, la razón
fundamental de por qué Batman v Superman
fracasa y eso no yace ni siquiera en Zack Snyder sino en el complejo en el corazón de DC Comics.
Cuando
DC Comics lanzó a Superman al estrellato, se hizo con el control de la
industria en la llamada “Era Dorada”, que era medio confusa también porque era
un período en que el medio estaba descubriendo empíricamente sus propias
reglas. Hemos hablado sobre cómo cuando Fredric Wertham acusó a los tebeos de
ser una influencia perversa para los jóvenes, usó a los cómics de EC como
ejemplo. DC tomó la situación como una oportunidad: Diluyendo el centro de sus
tramas ya diluidas, sobrevivió autocensurándose mientras EC fue incapaz de
adaptarse al Comics Code Authority. Para que tengas idea de cómo se conducía
DC, era la empresa que le negó los derechos de autor a Siegel y Shuster tras haber creado a Superman y siguió publicando la serie "bajo sus plumas" estando los dos expulsados de la organización (y ni hablemos de la tragedia con Bill Finger).
Y ese monopolio se logró con conceptos
muy simples basados en absolutos, el núcleo de DC Cómics.
Superman no es sólo un héroe, es el mejor héroe del mundo capaz de hacer lo que
sea. Batman no es sólo un detective, es el mejor detective del mundo y de paso
es el mejor karateka. Wonder Woman no sólo es una mujer guerrera, es la mejor
mujer guerrera. Aquaman es el mejor en el mar, Flash el más rápido del mundo,
Green Lantern el mejor soldado y así. Todo
está enmarcado en el legado, el otro aspecto distintivo de DC, “somos los
pioneros y tenemos tradición histórica”. Y en su defensa, no existen símbolos
del cómic más representativos que Batman y Superman.
Todo cambió con la entrada en escena de Stan Lee y Jack Kirby. Últimamente he estado leyendo
Spider-Man desde que arrancó con su propia serie y lo que impresiona de entrada
es cuán sofisticada es la narrativa. Es súper anticuada y simplista si lo
comparas con títulos actuales, pero para el momento era como pasar de leer
cuentos de hadas a leer Harry Potter. Sabemos que al principio Peter Parker le
dedica su atención no al heroísmo sino a los billetes, lo que no sabíamos es
que se pasa mucho tiempo en esa aventura, incluso después de la muerte de su
tío. Nada le sale bien a Spidey: su jefe es un imbécil, su tía está enferma, es
pobre, el bully del colegio no lo deja en paz ni un episodio y la chica que le
gusta (que no es ni Mary Jane ni Gwen Stacy) no gusta mucho de él. Parker
parece entrampado en un ciclo masoquista. Tiene que salvar a ciudadanos que lo
perciben como una amenaza.
Batman no va a permitir que
ningún matón de liceo se burle de él, le dé un puntapié y se lleve a su chica.
Jamás hemos visto a Green Lantern con facturas en la mano pensando “Tengo plata
para pagar sólo una”. Es por eso, porque los problemas de Spider-Man se parecen
a los nuestros, que toda la línea de Marvel superó en popularidad a la
competencia, porque donde DC parte de
absolutos, Marvel parte de limitaciones.
No
recuerdo quién fue el autor que dijo que durante años pensó que la forma
correcta de crear un personaje era hacerlo bestial en todo, pero darle una
pierna coja. Todos los personajes del
tiraje inicial de Marvel son así, héroes bestiales con un defecto que les
arruina la vida. Los X-Men son incomprendidos y execrados, Iron Man ama el
trago y tiene problemas del corazón, Hank Pym es un imbécil, el Capitán América
vive en un mundo que no comprende, Daredevil es ciego y en cuanto a Spidey, that's a bag of tarantulas right there.
Y
ahí es donde se nos complica la historia, porque cuando DC vio lo que el
mercado le estaba diciendo, no concluyó que debía desarrollar sus tramas mejor, concluyó que debía hacer lo mismo que
estaba haciendo Marvel. Literalmente.
Puedo
ver desde aquí a los fanboys de DC sacando las antorchas, pero déjeme alegar mi
caso, señor juez: Mientras el medio impreso experimentaba una auténtica
revolución, DC tenía dominio cómodo sobre la cultura
popular, con una serie de televisión en la que Batman bailaba twist. Pero con
las ventas del material base bajando, el imperio estaba en riesgo por primera
vez en treinta años. DC imitó los arcos de Marvel y hasta les imitó las portadas —no sé si lo he dicho, pero Stan Lee
tiene un cuento de cómo alguien en DC le fue con el dato de que iban a incluir
texto en las portadas porque Marvel lo hacía y sólo por molestar (Stan amaba molestar
a DC), para el mes siguiente ordenó cero texto en las portadas, superando
todavía en ventas a la competencia.
La
cosa tardó más de diez años (imagínate, enlistaron a Denny O’Neil y Neil Adams,
de Marvel y después de que Spider-Man tuvo un exitosísimo arco sobre las
drogas, Green Lantern y Green Arrow hacen lo propio con el mismo tema), pero DC alcanzó el objetivo por primera vez
con Teen Titans, de Marv Wolfman
(nada más y nada menos que ex editor en jefe de Marvel) y George Perez (otro
Marvelita). Lo que empezó como un
esfuerzo por crear un equipo de superhéroes adolescentes parecido a la serie
más popular de esos tiempos, X-Men,
terminó como una excelente serie con sus propio estilo, mitología y éxitos
narrativos —yo disfruto más The Judas
Contract que The Dark Phoenix Saga.
And I like The Phoenix Saga a whole fucking lot.
Boom.
Es
aquí donde le rendimos tributo a DC Comics, porque ese puje nos ha brindado a varias de las mejores historias desde el
nacimiento del arte secuencial. Me llama la atención como Marvel rockeaba
con sus series regulares y se confundía con las novelas gráficas y DC se
confundía con las series regulares y rockeaba las novelas gráficas. Hablamos de
una empresa que nos dio The Killing Joke,
Watchmen (la mejor historia de superhéroes alguna vez contada) y sustituyó al Flash de Barry Allen con Wally West, mucho más interesante en los 90’ que un Spider-Man innecesariamente complejo.
Otro
detallazo, Vertigo, la línea de cómics
para adolescentes y adultos que nos ha brindado puro lomito, es un sello de DC.
Y ha sido imitado por todo el mundo, incluyendo Marvel (MAX), so there’s always that.
¿Pero
qué es lo que pasa cuando DC reinventa la rueda y al fin le asienta ese
puñetazo en la barbilla al nuevo campeón? Lo mismo que le pasa al coyote cuando
captura al correcaminos: No sabe qué
hacer después.
Tengamos
en perspectiva una cosa: El Batman que
tú conoces hoy ha existido realmente por treinta años. Se llama igual que
el personaje de 1939, tiene el mismo traje y trasfondo, pero su actitud y personalidad es drásticamente distinta y eso yace en
las manos de Frank Miller. ¿Cuál era su versión de Batman? Pues Daredevil con traje de murciélago y
ahí se configuró una tormenta perfecta porque con el éxito de la crítica,
alguien en DC concluyó que el exitazo era por el tono (lo que explica en cierta medida a la maravilla que es Batman: The Animated Series). Los medios mainstream
tomaban a los cómics en serio porque, fíjate, ya no son para niños, este ya no
es tu Batman colorido de los 60’, sino un tipo neurótico y con mucha rabia
reprimida. Ya sabemos cómo terminó esa historia.
Y
aquí estamos, a treinta años de la aparición de Man of Steel (el cómic) y Year
One, con un Marvel que saca películas donde te ríes y un DC que quiere que
llores. La misma dinámica del medio
impreso, Marvel rockea con sus películas regulares y DC apenas subsiste,
hasta que saca The Dark Knight y
todos quedamos en shock. Entre más cambian las cosas, más se quedan igual.
Uno
podría decir que el ganador de ese ciclo es el lector pero esa conclusión tiene
sus bemoles porque, por ejemplo, Batman:
The Long Halloween es uno de los mejores cómics que he leído, pero tienes que
preguntarte qué pasaría si DC le metiera esa inversión mental a sus series
regulares y no sólo a sus novelas gráficas. Hace poquito Superman tuvo un
renacer por aplicar la misma técnica de Byrne, quitándole los poderes (léase: limitaciones), pero cuando
crees que la cosa se está acomodando, van y anuncian que hay que resetear toda
la continuidad otra vez. ¿Por qué? Porque Marvel se lanzó Marvel NOW y su nueva línea All
New es la joya del trono. Y ve, entre que Marvel tiene a Deadpool, Unbeatable Squirrel Girl y Vision, con un tono en todos los títulos
aventurero similar al de las películas (¿ya leíste Ms. Marvel?), DC tiene
solamente a Batgirl como título de
acción-comedia —por ahí está Harley
Quinn, esa persecución de DC por convertirla en su house-hold Deadpool. Todo es “Serious Business Stories ™”,
así que cuando Batman le da escopetazos a la gente en Batman v Superman (el sacrilegio de esa vaina no me cabe en la
cabeza), bueno, era como que predecible.
More like this, Jim, please.
De
manera que si eres de los niños de trece años que piensan que todo el que le
dio un review negativo a la película es “porque es sólo un cinéfilo que no
entiende a la obra maestra”, ahora sabes que
este es un capítulo más de una larga saga entre dos héroes antagónicos, pero también
simbióticos. Personalmente lo que me preocupa es que Batman v Superman es
la primera película “a prueba de fallos”, una en la que el argumento no importa
porque el estudio recuperará la inversión a juro y eso, en un arte narrativo como el cine, es
fatal. Los efectos especiales nunca
pasan de ser imágenes y lo que estás buscando cuando te sientas ante la
pantalla es caracterización. Sabemos que Batman en lo que sea es como un
silbato canino para geeks (incluyéndome), pero antes, si una película como Batman & Robin (o Ghost Rider o la nueva Fantastic Four) resultaba un culazo de
crítica, lo era también de taquilla y eso implicaba el fin de la franquicia
hasta que nuevos creadores emergieran con un enfoque diferente. Si una
película, por otra parte, es un desastre pero hace un dineral, no hay necesidad
real de enmendar la cuesta. Esa excusa de “se están tomando demasiado en serio
una película de superhéroes” (la defensa con la que Michael Bay ha justificado
por diez años sus infumables Transformers)
se cae de pesado cuando consideras que esta es una película con cien kilos de simbología
cristiana (“¡Si asemejamos Superman a un mesías anotaremos puntos con la
crítica, somos tan profundos!”). Y mi
punto es que esto no es culpa ni de Zack Snyder, ni de Batffleck, ni de Jesse Eisenberg,
sino de cómo DC concibe sus narrativas. El desmérito no viene por una
componenda de Marvel-Disney, sino por los propios complejos que DC ha tenido en
su filosofía y que ya va siendo hora de exorcizar. Ese sí que sería un amanecer de la justicia.