De todas las cosas brillantes que George Romero ha
dicho, hay una que nunca olvido. “Los zombis en mis películas no son el tema
principal, son un recurso narrativo. Tú puedes cambiar a los zombis por el
terremoto, el incendio, el maremoto, los animales y el resultado es el mismo
porque no se trata de los zombis, sino de la gente, del drama humano y cómo las
personas reaccionan ante situaciones extremas”.
Con ese parámetro en mente, redacté la historia que
nos ocupa y que fue galardonada con el primer lugar en ciencia ficción del
Concurso Solsticios (valiente propuesta para la literatura de género venezolana
–y más en tiempos de crisis). Claro que estaba obsesionado con los kaijus. Obsesionado.
Pacific Rim ya
había salido y la nueva Godzilla
seguía en el cine, con escenarios apasionantes. Y si tú ves la primera Godzilla (Gojira), por Toho, es una película que sí,
trata textualmente sobre un monstruo gigante que destruye al país, pero
subtextualmente es una película sobre la bomba atómica, los terremotos y los
terrores de que la ciencia descubra algo tan destructivo que no vale la pena
desenterrar el fósil. Se confirma el precepto Romero; Godzilla es un desastre
natural sapiente.
Todas esas películas tienen un defecto, sin embargo, que
usé como ancla para abordar el tema: La perspectiva siempre es militar, es el
científico en las altas esferas del poder o los políticos (al menos hasta que se pusieron estrafalarios). Si algo así llegara a suceder de verdad, es poco
probable que tú o yo lo veamos a ese nivel. Nosotros lo veremos como lo que
somos: civiles de a pie, reaccionando como mejor podemos y sabemos ante un
evento que nos supera. The Host y Cloverfield nos echaron cuentos similares, pero en el casi terreno baldío que es
la literatura de kaijus, quise asumir la narrativa desde un tipo normal
sobreviviendo en su soledad. Dos subgéneros del sci-fi casados, no es el “apocalipsis
zombi”, sino el “post-apocalipsis kaiju”.
He aquí el resultado. Feliz año nuevo, gente cool.
- o -
Media hora más tarde, posé la lata sobre el televisor roto y contemplé
mi suerte, mi limbo y la maldita, la lata, el símbolo de todo lo que había
salido mal desde que el mundo se acabó.
Un trago de agua, un vistazo al cielo, cenizas todavía cayendo, copitos
de nieve muerta. Hablo solo todo el tiempo. En mi morral hay dos libros: La
Metamorfosis, que me pareció un ladrillo, y El Juego de Ender, que es
entretenido. Traía Frankenstein también, pero lo dejé en la acera hace como
tres días. Ahorita no puedo con ese llantén.
Analicemos mis opciones. Puedo: a) Patear la lata. Jamás la abriré así;
b) Darle con una piedra. Haré tanto ruido que alguien vendrá; c) Buscar un
vidrio y probar con el lado más filoso. Me voy a cortar, no tengo medicinas, me
va a dar una infección y moriré; d) Rezar y abrir la lata de milagro, la opción
más razonable hasta ahora.
Pasé dos horas tratando con las llaves de la casa y sólo le hice
tatuajes hundidos, sin sabor ni color. Es lo que me merezco por conservar
llaves de un lugar que ya no existe.
Al morral. Otro trago de agua.
Viajo de día y siempre por la sombra. Los cristales me crujen bajo los
zapatos. El cielo es gris, los edificios lánguidos, a veces me parece que veo
en blanco y negro. Huele a yeso o a carbón. Me arden los ojos pero ya casi no
me duele el cuerpo. De vez en cuando oigo una voz, una tos, un lloro. Después
del día de los soldados y la mujer, me hago el loco o me escondo. Trato de
mantenerme por las vías que conozco, haciendo memoria de todas las veces que me
fui a Puerto La Cruz con Mariela y sus lentes oscuros. Es arrecho cómo, a pesar
de todo, sigue aquí, dentro.
Me pregunto si sigue viva. La peor parte de mí, la rastrera, sucia y
egoísta, dice que si está viva, ojalá y Arturo se haya muerto porque así tengo
chance de volver. Nos estamos divorciando porque la conseguí sentada en las
piernas de ese cabrón (en realidad el cabrón soy yo); Discusión horrorosa de
por medio, mi esposita de cinco años se ha acostado con su “mejor amigo” seis
veces, pero me juró que, después de la boda, sólo se han besado. Cuando pienso
en eso, quiero vomitar. Me quiero morir.
Freud decía que los seres humanos estamos motivados por dos influencias
primordiales: Eros, o tu ánimo de vivir, y Tánatos, o tu ánimo de morir. Es
casi gracioso cómo Mariela, la mujer que tanta felicidad me trajo, sea Tánatos,
y Deimos, el cangrejo maligno de las profundidades del mar, sea Eros. Porque si
me hubiese querido morir, ya lo estaría. Cuando ordenaron el desalojo de
Caracas hice como todo el mundo: Empaqué y acompañé a la multitud. Una
procesión más que una marcha, para abandonar las ruinas. En tres horas me di
cuenta lo obvio: ¿A dónde nos van a meter? ¿Cuántos habitantes tiene Caracas?
En la cola la gente se gritaba, se ofrecía golpes, se atropellaba. ¿Tú te
imaginas a cinco mil damnificados viviendo en paz y armonía en un estadio sin
techo? Yo tampoco. Los kaijus empezaron a atacar hace año y medio. Tú dirías
que, con ese escenario, el gobierno habría preparado un plan de contingencia
ante la eventualidad de que un reptil satánico saliera de La Guaira, a tan
corta distancia de la capital, pero te recuerdo: Venezuela es un país en el que
el suministro de agua depende de si llueve o no. Estar preparados es para otra
gente.
Me desvié. Dejé que la marea siguiera su curso y me puse a recorrer las
calles solo. Eso fue por La Urbina. De noche, La Urbina da terror (sobre todo esa
noche), así que no quise jugármelas y me quedé en vela hasta el amanecer,
sentadito en la calle, oculto. Ya con sol, me puse a buscar casa, con la casa
había comida y aquí estamos hoy. Si Mariela me provoca morir, Deimos me hizo
ver lo mucho que quiero estar vivo.
Qué nombre tan malo, ¿no? “Deimos”. Cuando el cangrejo apareció (obvio
que no existen cangrejos gigantes, pero es el animal que más se le parece),
otro kaiju apareció en Italia. Los reportes iniciales fueron muy confusos
porque, aunque Deimos apareció antes, Fobos tuvo mucha más publicidad. CNN lo
anunció con plena cobertura y muchos, incluyéndome, creímos que era mentira que
había otro kaiju, a menos de un
día de distancia de Caracas. Tenía que ser una equivocación, porque la gente
lee cualquier vaina en twitter y corren los rumores. Pero ahí estaba, entrando
por El Valle, con un rastro de apocalipsis como la baba de un caracol. Al
italiano lo llamaron “Fobos”, por una de las lunas de Marte. El nombre del
criollito era por la otra luna. Para que sea más tétrico, vamos a ponerle esos
nombres, Fobos y Deimos, “Miedo” y “Terror”. Arrepentíos, pecadores, Terror
viene y viene arrecho.
Mi mundo se derrumbó mucho antes. Uno dice que no debe depositar toda la
felicidad en la pareja, pero es difícil trazar una línea. Después de que nos
separamos, todo era una mierda, vivía amargado y solo. Un divorciado de treinta
años que no tiene para seguir pagando el alquiler, con esas imaginaciones
nocturnas, ella en la cama con él. Uno tiene que ser digno y sé que hice lo
correcto al dejarla ir, pero hay que ponerse estos zapatos y verle la cara al
dolor. Igual no creo que se hayan cogido en ninguna de esas noches; a Mariela
le encantaba hacerlo era en la tarde.
Esa mañana, la del ahora llamado “Día Cero”, llegué a la oficina con mi
habitual capa de miseria. Se me estaba cayendo el pelo, estaba más gordo y ya
traía mal aliento. Es raro ese momento en que llegas al trabajo un miércoles y
la oficina está vacía. Todos estaban en el comedor, en la proyección de una
película. El monstruo que destruía Japón era un tipo en traje de goma. ¿Por qué
lo vemos por Globovisión?
Días oscuros con noches sin luna. Kappa-Sama, el camaleón gigante que se
comió a Hiroshima. Una palabra que nunca olvidaríamos: Kaiju. Apocalipsis. Los mayas se pelaron por pocos
años.
Cuatro monstruos más tarde, el dominio sobre la cultura era total. Nadie
podía ponerse de acuerdo sobre lo que eran: Mensajeros de Dios, mensajeros del
Diablo, mensajeros de la tierra. Animales prehistóricos que se durmieron y
ahora se quitaron las lagañas. Extraterrestres. Los primeros terrícolas, dueños
del centro de la tierra. Bill Maher, conversando con Neil DeGrasse Tyson y otro
científico que no sé quién es, dijo “El origen no importa tanto como el
destino, y el destino deletrea ‘extinción’”. No te rías que es verdad.
Muerto Kappa-Sama, el Pentágono arrojó su plan para enfrentar otro
“incidente
xenomorfo”: Atraer con tropas a las criaturas hasta que estén en áreas
deshabitadas y ahí descargar la artillería. Mostró planos del tanque GuyMontag212. “Este tanque está equipado
con un cañón de 120mm y puede disparar proyectiles kinéticos. Más que
suficiente”.
Un monstruo en Escocia (resulta que el monstruo del lago Ness sí
existía), uno en las Filipinas, destruidos en un día. Pulgasari arrasó con
Corea del Norte hasta que llegó al Sur y fue acribillado (ahora Corea tiene un
déficit fiscal; es irónico que los refugiados causaron más daño que el dragón).
Imagino que los tanques ya dieron con Deimos, pero ¿mi opinión? Si los soldados
de este país fueran tan eficientes, Caracas todavía existiría.
Desalojo decretado, las calles se trancaron ipso facto. En el tráfico,
lo vi, hacia La Previsora. Hubo quienes dejaron sus carros y se fueron
corriendo (algunos fueron arrollados). El carro que iba atrás de mí me chocó,
la cadena de desesperación. Deimos tenía el caparazón, las tenazas y los
tentáculos, pero más que eso, era grandioso, una presencia como la que
debe tener Dios. La gente se echaba en medio de la calle a rezar. Lloré sin
darme cuenta, me temblaba el cuerpo. Me descubrí eufórico. Pudo ir hacia mí,
pero siguió a La Florida. Cuando ya no estaba a la vista, todavía podías
escucharlo aullar.
Eso fue hace una semana. Sigo vivo. Siempre tengo hambre pero nunca me
he quedado sin comida. Igual me hacía falta rebajar.
A golpe de mediodía, empezó a llover. Me cobijé bajo el techito de una
panadería (violada, desvalijada) y volví a la maldita. Pasando bajo una
santamaría como los párpados entreabiertos de un cadáver, la saqué del bolso.
No la veía bien, pero mis dedos le acariciaban el exoesqueleto. Saqué la
linterna y alumbré. Ratas huyeron, polvo se levantó. Este soy yo, el hijo de
Élida Palma: Empaco una linterna y se me olvida la navaja. Si Mariela estuviera
aquí, me diría que ahora sí nos vamos a morir. Que tengo poca visión, que traer
un cuchillo era lógico. Habría echado vapor por los oídos y me habría castigado
con dos horas de miradas venenosas. O no me hubiese dicho nada y eso habría
sido peor.
El estómago me gruñó. Una barra de granola con sabor a paz mental.
Estoy enamorado de Mariela. Dios, permite que esté viva. Si quieres
mátame, pero deja que ella viva.
Desperté con la respuesta a mis problemas mirándome. Una serpiente dorada,
la luz de un sol artificial. Emergí a la realidad como el que se está ahogando
y es expulsado del mar: tonto, torpe y con una parte de mí deseando quedarse en
las profundidades donde todo es paz. Me tapé los ojos y ahora sí, adrenalina
como aceite hirviendo.
Una silueta con brochazos de color. El cuchillo en primer plano. Tenía
que ser robado porque no era un chuzo, era de hoja filosa y un lado con sierra.
Militar. No sé hace cuánto vi a la mujer y a los soldados. La rodearon como
lobos. No me involucré porque soy un cobarde, supongo, pero todavía la oigo
gritar. Si este cuchillo vino de un soldado así, mi sangre no sería la primera
en probar. Y una vez un arma saborea sangre, la pide a cada rato.
El tipo apuntó, pero no hacia mí. Cuando había mundo, me robaron tres
veces. Siempre se siente como la primera.
—Dame la lata, mamagüevo.
La sensación fue parecida a la que Deimos me causó, pero donde hubo
maravilla, ahora había humillación. ¿Puedo negociar? ¿Qué le puedo entregar que
no sea la maldita? Necesito todo lo que tengo y lo único que me falta son
opciones. Bajé la cara.
Entregué a la maldita. Te tuve y ahora te veo ir. Este es mi papel en la
vida.
Es una lata de aceite, dije. Es inútil, dije.
—No me interesa.
La lata. La hoja. Fobos, Deimos, Mariela. La mujer gritando y los
soldados riendo.
—¿Tú estás viendo esa vaina? —señalé hacia la santamaría.
Volteó y me arriesgué. Aparté el cuchillo y apoyé el cañón del 38, en la
frente, en una piel de piedra, un cuero endurecido.
—Tira el cuchillo, güevón.
Aquí los dos somos unos cobardes cayéndonos a cobas. Pero la lata es
mía.
—¡Échate para atrás, pues!
Obedeció. No recuerdo qué grité, pero cogió miedo. Por dentro, sonreí, el
deseo de traicionarme, de reírme en su cara. El hombre es salvaje en el fondo.
Quítale civilización pero nunca le quitarás a la bestia. Él es mi Piggy y yo
soy El Señor de las Moscas.
—Pon el cuchillo en el suelo y empújalo con el pie. No te equivoques.
Bajó el cuchillo. Una lija raspando al suelo en su trayecto hacia mí. Medio
me agaché y él se movió, un paso al frente, ¿TÚ TE QUIERES MORIR? No me di
cuenta de que lo grité hasta que vi la reacción. Para atrás.
—Los causas vienen en camino.
—Hablapaja —contesté—. Si tuvieras perros, ya habrían llegado. Échate
pa’ allá.
Una pausa, un vistazo en rededor. Una cueva de tinta.
—¿Pa’ dónde?
—COÑO, PA’ ALLÁ, PA’ ALLÁ. A tu izquierda. La bicha tiene gana e’ tosé,
tiene tos.
Esto es genial.
Recogí el cuchillo y agarré a mi maldita, puta y traicionera, pero mía. Guardé
todo. El hampón al fondo de la panadería, donde yo estaba antes. La mentira es
mi deus ex machina.
—Cuenta hasta diez mirando a la pared. ¿Estás mirando?
—Sí.
—¿Sabes que voy a hacer si me mientes?
—Me vas a tirotear.
—Porque la bicha tiene gana e’ tosé. Dilo.
Me giré, pasé bajo la santamaría, sonrisa de Guasón. Ante mí un flaco en
franela ovejita y un gordo sin camisa.
Me vieron.
Los vi.
—NO TE MUEVAS, MAMAGÜEVO —batiendo esa pistola.
No sé si me creyeron, porque arranqué. Venían detrás, gritando en voces
y te juro que jamás tuve tanto miedo. Deimos era tan grande y poderoso que la
incredulidad lo arropaba, pero esto era demasiado real. Todas las historias de
malandros que has oído vuelven a ti.
Giré esquinas, esperando callejones, soldados violadores, monstruos
gigantes. Esperando a Mariela con el tipo ese. El truco para perder a gente que
te persigue es romper el contacto visual. Un pipote de basura, me lancé de
chapuzón. Deimos tiene su caparazón, ahora tengo el mío. Escondido, los
escuchaba.
—Deja esa verga así, tiene una pistola.
—¡No tiene balas! ¿Por qué crees que salió corriendo?
Felicitaciones !!!
ResponderEliminarGracias, igual!
Eliminartanto peo por albaricoques??? jajaja yo pensaba que era atun... yo no habia visto el titulo, porque al abrir la mencion de george romero atrapó mi atencion.. por eso pensaba que era atun jajaja que bolas..
ResponderEliminarexcelente historia drax! ;)
Excelente Mr. Drax!!! Felicitaciones, buena trama, me atrapó! 👏
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