domingo, 10 de septiembre de 2023

La Sierra Todavía Corta: Masacre en Texas (1974)


Hace dos semanas salió el juego de video de Masacre en Texas y la he pasado bomba cazando gente y siendo cazado. Y eso me hizo pensar que aunque he hecho reseñas a todas las películas de Freddy, de Jason y de Halloween, nunca he ido una por una por las masacres de la motosierra tejana. A la primera sí le di su comentario hace tantísimos años, y no cae mal una segunda vuelta aquí, hoy, ahora.

 

The Texas Chain Saw Massacre es una película irrepetible, como el tiempo lo ha demostrado. Una combinación de bajo presupuesto, con un talento de desconocidos que hacen la labor magistral de retratar a la locura con realismo, unas condiciones de rodaje infrahumanas y un libreto que, al igual que el de Viernes 13, no debería funcionar on paper, pero que la dirección eleva con un poderosísimo diseño de producción.

 

Asistimos en esta película a lo que yo llamo “una cebolla de terror”, a la historia la vamos descubriendo por capas. Resulta que en un condado de la Texas más rural hay alguien robando tumbas. A veces son partes de los cuerpos, a veces la cabeza del cadáver, a veces todos los restos, dejando al ataúd vacío. Nadie sabe por qué esto pasa y, en los momentos iniciales de la cinta, vemos que el presunto culpable llega a fabricar grotescas estatuas a las que les toma fotos.

 

De ahí pasamos a cinco jóvenes de Houston y también de un moribundo movimiento hippie—el que más lleva la pinta es Jerry, chofer de la van en la que viajan y novio de la rubia Sally. El calor es palpable en esas tomas. Nuestro querido grupo va a este pueblito específicamente a chequear el cementerio y ver si todo está bien con la tumba del abuelo. Aunque texanos, no hay nada que una visualmente a estos cinco con los estereotipos clásicos de vaqueros que te llegan a la mente—como una vez le oí a alguien, “nací en Texas, pero en un vecindario que pudo estar en cualquier parte del país”.

 

Ese mundo se cruza con otro que está bien bajo la superficie y que es brutalmente real y, para mí, uno de los preceptos más importantes de la película, la noción de que todos vivimos en una realidad normalita y civilizada y que lo único que hace falta para romper esa ilusión es tocar la puerta equivocada, caminar por el sendero que no es, entrar sin darte cuenta en la guarida de la bestia.

 

Cuando viajas por carretera ves esos pueblitos en la mitad de la nada, con casitas aquí y allá en la lejanía donde puede estar pasando cualquier cosa y nadie lo sabe.

 

La película no especifica dónde se desarrollan los eventos (más allá de mencionar que es en “Muerto County”), pero el sur de los Estados Unidos realmente tiene pueblitos así, la frontera entre Texas y Louisiana está plagado de los infames “sundown towns”, nombre que deriva de unos aborrecibles anuncios que se montaban en los años 50’ y 60’ al estilo de “if you’re dark skinned, don’t let sundown catch you here.” Son lugares que siguen vivos, como puedes ver en la serie de Netflix Making a Murderer, y que me recuerda la anécdota de un equipo de basket en Baton Rouge que se negó a jugar un partido de campeonato en una high school de Texas porque era en un sundown town, de noche. Y eso fue en los años 90’.

 

El apacible dueño de la gasolinera se lo advierte a Sally y compañía, “Cuidado con dónde se meten por aquí, que a la gente no le gusta que husmeen en sus asuntos”.

 

Por supuesto, estas cosas pasan. Todo el mundo sabe que la película está inspirada en los crímenes de Ed Gein, en Wisconsin, que de verdad perdió la cabeza y se dedicó a saquear tumbas para decorar su casa. Gein fabricó un traje de cuerpo completo con piel humana y cuando la policía eventualmente lo capturó, tras el asesinato de dos personas (que se sepa), encontraron pantallas de lámparas hechas con rostros humanos, cráneos convertidos en cuencos para comer, sillas hechas con piel y, pues, más o menos lo que encuentran las víctimas de la salvaje película de Tobe Hooper.

 

Pero otra fuente de inspiración reconocida por el guionista Kim Henkel fueron los delitos del candyman, Dean Corrl, que en la ciudad de Houston convino con dos chamos que ellos le procurarían víctimas jóvenes bajo algún engaño y Dean las torturaba durante días.

 

“Hubo algo que dijo Elmer Wayne Henley, uno de los chicos ayudando a Dean cuando le capturaron” dijo Henkel. “Henley aceptó la cosa, dijo que sí, que él había sido y que ahora iba a ayudar a las autoridades a esclarecer todo porque era lo correcto. Esa clase de moralidad esquizofrénica me atrajo”.

 

Se ve reflejado en el producto final. Son tres los matarifes que representan a un mundo infernal. Primero está el joven autoestopista; cuando lo conocemos, está viajando a dedo y nuestro grupo, que no debe haber visto muchas películas de terror y obviamente no ha vivido en Latinoamérica, decide darle la cola y montarlo en la van. Interpretado a la perfección por Edwin Neal, el autoestopista pronto se lanza en una perorata sobre las virtudes de ser un carnicero a la antigua, y no con las herramientas modernas. Es un chamo cuyo trastorno mental es obvio y lo ves en su manera de hablar, de moverse, de mirar. No está expreso en la peli, pero es él quien lleva la polaroid y quien hace las esculturas. El robatumbas en persona.

 

Luego está el personaje icónico que creó la franquicia, Leatherface. Mucha gente, incluyendo los directores de tantas secuelas, creen que este es un asesino enmascarado típico de cine slasher, a lo Jason—un craso error, propio de quienes también creen que Masacre en Texas es una película slasher, a pesar de no poseer ninguno de los elementos típicos de ese subgénero del terror, que están súper bien definidos y son claramente observables.

 

Blood & Black Lace, del genio italiano Mario Bava, tiene a un asesino enmascarado que caza a un grupo de jóvenes hermosas una por una. ¿Lo llamarías un slasher? No, porque no tiene los elementos, esto es más un giallo, precursor del slasher, así como The Texas Chain Saw Massacre es otro precursor.

 

En fin, Leatherface no es Michael Myers; su personaje tiene profundas raíces en un arquetipo del género gótico, que es realidad en los pueblos sureños. Antes, cuando una persona con un problema mental nacía, esa persona no era presentada en sociedad. Se le tenía oculta, en un sótano o en el ático—como la mujer de Mr. Rochester en Jane Eyre. Leatherface tiene su impedimento mental y Henkel lo describe como un sujeto carente de personalidad, por eso cambia de caras para asumir roles. Durante toda la película, él va creyendo que está haciendo el bien y que está protegiendo a su hogar de intrusos.

 

Esto es porque está manipulado por el tercer elemento del clan, quien le abusa y mi canon mental me dice que el Autoestopista es como es por los golpes y maltratos del dueño de la gasolinera, El Cocinero. El dueño del mal y el origen de todo lo que pasa en Masacre en Texas es este señor, peligrosísimo porque es capaz de algo que los otros dos no: portar la “máscara de cordura”, término inventado por el psiquiatra Hervey M. Cleckley refiriéndose a la capacidad que tienen algunos psicópatas de integrarse con normalidad a la sociedad. El Cocinero es uno de esos padres abusivos e imbéciles que todos hemos visto en alguna parte. Se le echa encima con un palo a Leatherface, que le supera por mucho en fuerza pero que se encoge como un niño ante el regaño, primero por la sospecha de que alguno de los jóvenes haya escapado y luego por destruir la puerta de la casa. El cocinero dice que no siente gusto por la violencia ni por matar, pero lo vemos reírse mientras tortura a Sally, mientras otros la hacen sufrir, es un tipo que pareciera estar consciente de cómo debe lucir ante la gente, pero no puede controlar un sadismo que siempre sale a la superficie. La memorable escena de la cena es clave, porque aquí vemos cómo Jim Siedow lo interpreta, pasando del disgusto a un par de segundos ausentes y de ahí a la risa.

 

Mucho se ha dicho sobre el aspecto político de The Texas Chain Saw Massacre, y cómo plantea a un grupo de jóvenes de una nueva, moderna generación, contra un grupo de gente que más que campesina es bárbara. No voy a repetir esos análisis aquí porque el director ha desmenuzado esto mucho mejor que lo yo podría, pero en todo caso eso es subtexto. La película funciona por las capas que vamos descubriendo de ese misterio y cuando llegamos al podrido núcleo, es el vacío mirándonos de vuelta. No hay redención, no hay salvación y aunque Sally pueda escapar, esa risa maniática del final nos dice que realmente nunca escapará. El momento fundamental de la magistral actuación de Marilyn Burns se da cuando, amarrada a la silla humana en la cena, murmura, casi suplicando, que para que la dejen ir “hará lo que sea”. La forma en la que lo dice te transmite que es verdad, y es seguido por un paralizante alarido de quien sabe que las propias barreras morales que tiene en su mente se han fracturado. Ese es el momento para mí en que Sally Hardesty pierde la cabeza para siempre y, como para confirmarlo, es inmediatamente después de este momento que empiezan los cortes extremos de cámara, dirigidos por el sublime Daniel Pearl, símbolo inequívoco de que se ha hecho la noche eterna aunque estemos a minutos del amanecer.

 

The Texas Chain Saw Massacre es una joya, una película perfecta, que ha dado y seguirá dando muchísimo material para toda clase de análisis. Yo lo dejo por acá, que el juego está muy bueno y todavía tengo un montón de reseñas qué escribir.

 

Y tendré que ver la parte 4, para refrescarla. Eso sí que es tortura.

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