Ok, pregunta: Bela Lugosi vs Boris Karloff. ¿Quién es el
rey de los monstruos?
Esa pregunta es muy típica de geek de cine, y
especialmente de cine de terror porque siento, y espero equivocarme, que la
mayoría de la gente en la calle así normal y corriente nunca ha visto una
película con ninguno de los dos actores—y hay gente a la que esos nombres ni
siquiera le suenan.
Para que todos estemos en la misma página, este es Bela
Lugosi:
Es famoso por su papel de Drácula.
Ahora Boris:
Famoso por hacer de Frankenstein.
La rivalidad entre los dos es un tema que ha fascinado al
fandom durante décadas porque no sólo eran dos actores icónicos de monstruos
mundialmente famosos (gracias justamente a las películas que ellos hicieron),
sino que los dos eran europeos, outsiders de Hollywood, trabajaban para el
mismo estudio, en la misma época, bajo los mismos equipos de producción y
muchas veces cabeza a cabeza en las mismas películas.
Es un tema legendario también, popularizado en la mejor
película que Tim Burton ha hecho, Ed Wood,
donde Johnny Depp interpreta al supuesto “peor director de todos los tiempos”. Ed Wood es realmente una película de
fantasía con inspiración en la realidad y si bien la peli es un cuento
maravilloso sobre cómo es la vida del artista, del cineasta independiente, y
cómo era la vibra del cine serie-B en los años 50’, todos los personajes que
salen, incluyendo al propio Wood, son como retratos fantásticos de esas
personas, no versiones fieles a quienes fueron en vida.
(Y hasta el tema de “el peor director de todos los
tiempos” es exagerado; Plan 9 From Outer
Space no es tan inepta como se dice y Wood era mucho mejor director que
Neil Breen).
Uno de esos personajes es un anciano Bela Lugosi, rol que le valió el Oscar a Martin Landau (the irony!). Sí, Bela pasó el ocaso de su carrera haciendo películas malas con Ed Wood y sí, Bela falleció durante el rodaje de Plan 9 y a Wood no se le ocurrió mejor idea que agarrar a otro carajo que no se parecía en nada al vampirezco actor, ponerlo a hacer ese mismo papel y esconderlo detrás de una capa. Pero hay un tema constante en la peli, que es el ácido resentimiento ante el éxito de Boris Karloff:
Veamos: Rivalidad profesional sí había, y ¿cómo no? Lugosi y Karloff protagonizaron películas en
la gloria de sus carreras donde Lugosi era el bueno y tenía más tiempo en
pantalla (The Black Cat), pero
Karloff tuvo top billing, el puesto de estrella, tendencia que se mantendría y
sobre la que al menos Boris Karloff habló en público. No hay registro histórico
de que alguno de los dos haya tenido ese odio personal que muestra Burton en su
película cincuentera, y no se sabe de jugarretas maliciosas entre los dos—como
sí ocurrió entre Arnold y Stallone en los 80’ donde Arnold, siendo peor actor
que el creador de Rocky, tenía mucho más tino para elegir proyectos y se
aprovechaba de las inseguridades de su rival.
Para entender bien la dinámica entre estos dos héroes del
miedo, hay que entender de dónde venía cada uno, que explica en buena parte a
sus carreras.
Los dos eran actores de teatro, ¿vale? Pero mientras
Boris Karloff, nacido William Henry Pratt, venía de Londres y tenía una extensa
carrera sobre las tablas antes de irse a los Estados Unidos y probar con el
cine, Lugosi, nombre artístico de Blaskó Béla Ferenc Dezső, era húngaro, país
que bien pudo ser Marte en términos de comprensión o accesibilidad
hollywoodense. Lugosi empieza casi de niño en la actuación, llega a rango de
teniente en la Gran Guerra(!) y huye a occidente como tanta gente de bien le
corrió al comunismo a lo que la revolución soviética se expandió a su país
natal.
Entonces ya aquí puedes ir viendo los retos que tendría
cada uno, y sus ventajas, porque el trayecto de Karloff en el cine de los años
20’ era típico de cualquier actor chambeando en el cine mudo, pero Lugosi llega
a Nueva Orleáns sin siquiera saber inglés y cuando empieza a actuar en las
tablas americanas, le pedía a sus compañeros que le leyeran sus líneas, que él
se memorizaba fonéticamente.
Un puto capo, gente.
Paralelo a esto, Hollywood se volvía una gran industria y
la Universal uno de sus más importantes estudios, ya con estrellas y directores
claves, dos de los cuales eran el director Tod Browining y “El Hombre de las
Mil Caras”, Lon Chaney, considerado hoy el primer actor real del horror.
Insuperable en el cine mudo, Chaney era también un maestro del maquillaje, que
hacía él mismo, y elegía papeles donde el aspecto físico o la desfiguración
eran elementos clave, con resultados francamente espectaculares—en The Penalty no tiene piernas, en El Jorobado de Notre Dame está jorobado
de verdad y en El Fantasma de la Ópera luce
un rostro icónico donde el actor está irreconocible. Hay una película de Lon
Chaney, justamente dirigida por Tod Browning, London After Midnight, que está perdida hoy, no existe una copia
completa de la película tal y como salió al cine, y ese maquillaje sigue siendo
una de las imágenes claves del cine de espantos donde mucha gente lo ha visto y
celebrado, sin saber quién es el actor y qué película es.
Es una pena, pues, que Chaney muriera tan joven, y una
irónica crueldad que cuando el cine con sonido arranca de verdad, la estrella perfecta
del cine mudo fallece por una infección en la garganta, año 1930, cuando
Universal lo tenía marcado para protagonizar en Drácula.
Vaya usted a saber cómo habría sido el vampiro de Chaney
y por esa aciaga ausencia es que Lugosi obtiene el famoso papel. Resulta
incomprensible que Bela Lugosi no era la primera elección para el personaje,
sobre todo porque ya tenía tiempo interpretándolo en el teatro con mucho éxito
(y en Broadway, no less), pero es que no hay una gente más pajúa en este mundo
que un ejecutivo de Hollywood, y cuando escucharon en el estudio al acento
trancao’ del actor, que habría calzado perfecto con un personaje que también es húngaro, dijeron “Ay, no sé
qué dice, la gente no lo va a entender”.
Estaban, por supuesto, equivocados. Lugosi obtiene el
papel tras cierta lucha, Drácula de
Tod Browning estrena en 1931 y de inmediato le roba el corazón al público, un
performance único en su generación. Lugosi triunfa porque, pues, es un carajo
con un carisma en pantalla tremendísimo y cada vez que no está en escena, estás
esperando que vuelva a aparecer. Échale
un ojo a Island of Lost Souls y a White Zombie. El
efecto Lugosi no fue una casualidad.
Pero
ese indiscutible reinado duró poco y hay varias versiones de qué fue lo que
pasó; el cuento más famoso dice que Lugosi rechazó el papel del monstruo en Frankenstein porque era un rol con ocho
kilos de maquillaje encima que además carecía de parlamentos, era puro gruñido
y expresión corporal. Si eso es cierto, reflejaría algo que es verdad en la
carrera de Lugosi, que es la torpeza a la hora de elegir papeles. Yo he leído
otra versión que dice que Lugosi en realidad no era considerado una opción y
que James Whale tan pronto vio a Karloff, dijo que esa era la fisicalidad que
quería darle al monstruo. Punto final. Boris Karloff había hecho 81 películas
ya para ese momento, con sus picos y valles, pero lo que logró con la
interpretación de la criatura reventó en la cultura popular y aquí estamos. Frankenstein salió también en 1931 y
arrancó la competencia.
La
torpeza de Lugosi para elegir papeles estoy seguro que se debe a muchas cosas;
sí, ya mencioné dos buenos personajes suyos, pero en Island of the Lost Souls es un papel secundario que aparecerá diez
minutos en total. El rol del brujo Murder Legendre en White Zombie es mucho más sustancioso pero era una película
independiente con pobre distribución. Este era un pana que venía de la Europa
pobre, sin contactos en la industria y muchas veces sin entender los referentes
culturales. No era el caso de Karloff. Cuenta la leyenda que en los años 20’,
estaba un joven Boris Karloff en una parada de autobús esperando bajo la lluvia
y pasa nada más y nada menos que el fabuloso Lon Chaney, que le da el aventón a
casa y un consejo: “En esta industria, chamo, consigue algo diferente qué hacer
que te separe de lo que están haciendo todos los demás, y cuando consigas ese
algo, hazlo bien.”
Boris
se lo tomó a pecho y abrazó ese estrellato mórbido con sendos papeles en The Old Dark House, The Mask of Fu Manchu (ahí
recibió el protagónico) y The Mummy,
haciendo de la famosa momia Imhotep en un rol que si bien es menos fascinante
que Drácula y el monstruo, sí tiene rango histriónico, líneas y emotividad—The Mummy es más un romance sobrenatural
que una peli típica de monstruos.
Y
por supuesto, Karloff reinterpretaría a la criatura de Henry Frankenstein en la
legendaria The Bride of Frankenstein, donde
resulta que el monstruo tiene pensamientos elocuentes y habla, así como en el
libro. De todas esas películas de monstruos de la Universal, Bride puede ser la mejor. Y Karloff le
sacó el jugo.
De
manera que no sorprende, pues, que esa dinámica se haya generado entre los dos
europeos. La primera colaboración entre los dos sucede, si no me equivoco, en The Black Cat, y la más gloriosa está en
Son of Frankenstein, que tiene a
Karloff por última vez en el papel del monstruo y a Bela haciendo del maligno
jorobado Ygor, un peliculón de horror y aventura donde quien sale ganando somos
nosotros, la audiencia.
Pero
ya en esa peli de 1939 se empieza a ver algo que Karloff sabría surfear pero
que para Lugosi fue un castigo: los Estudios Universal tuvieron problemas
económicos y cambiaron de dueños, una gente que no tenía qué ver con el buen Carl
Laemmle, mecenas del cine de monstruos. El testa di cazzo supremo en este caso
era J. Cheever Cowdin, un carajo que si no me falla la memoria, and I’m
recalling all of this from stuff I’ve read over the years, era un businessman y
acreedor de Laemmle, un tipo que no tenía sensibilidades artísticas
particulares y que veía a esto como un tema de hacer plata. En su infinita
sabiduría, el cine de monstruos era causa de los problemas económicos de la
Universal. Se acabó.
A
Lugosi le tocaría luchar para ganarse algún papel con buen sueldo que además le
ayudara a financiar una adicción a la morfina que ya se estaba incubando en los
años 30’, a causa de heridas que sufrió en la guerra. Son of Frankenstein le ayudó, pero sería un caso aislado; Bela
terminaría aceptando el papel que le ofrecieran, haciendo incluso del monstruo
de Frankenstein y luego de vampiro envejecido aquí y allá.
Llega
a los años 50’ como una muy golpeada vieja gloria, al punto que un
perrocalentero del cine como Ed Wood lo pudo firmar para sus producciones,
mientras que Karloff era un actor todavía en ejercicio—en 1963 saldría en The Terror junto a un joven Jack
Nicholson y ese mismo año estuvo en la italiana Black Sabbath, del legendario Mario Bava.
Hablando
de Lugosi y esa rivalidad, el inglés llegó a decir que “mira, cuando empezamos
a trabajar juntos, yo siento que él me tenía mucha desconfianza porque era como
que él creía que yo venía a robarle cámara y a dejarlo sin trabajo. Cuando se
dio cuenta de que yo estaba era para colaborar con él y para dejarlo hacer su
papel con tranquilidad, nos llevamos mucho mejor”.
Habría
que viajar al pasado para preguntarle al Lugosi de 1950 cuál era su opinión (dudosamente personal, porque a fin de cuentas nada fue culpa de Boris). Lo
que se evidencia es que para triunfar en el arte y en el cine hace falta mucho
más que talento y que si bien Lugosi se habría encantado con el estatus
legendario que tiene hoy, es una pena que ese estatus le llegó unos 15 años
después de morir, lo habría disfrutado mucho más estando vivo.
¿El
rey de los monstruos? Karloff era mejor profesional y era mucho más estable.
Pero
mi voto es para el buen Bela.