martes, 2 de septiembre de 2025

Este Post es 100% Orgánico


El otro día, leyendo de las locuritas del publishing, encontré un post de Gabino Iglesias sobre un tema que lo tiene desanimado, y es que a cualquiera; Para quien no le conozca, Gabino es un latino que escribe en inglés y no sólo es que tiene obra publicada con publishers mainstream, es que el man forma parte de esa nueva camada de la literatura de terror que incluye a Josh Malerman, a Paul Tremblay, a Adam Cesare y a Gwendolyn Kiste. Su novela más famosa, The Devil Takes You Home, ganó el premio Stoker del 2022 por mejor novela, el premio más prestigioso de la literatura de sustos en la actualidad. Gabino tiene lectoría y escribe en columnas, hace reseñas, está en el mamey.

 

Y bueno, el pana comentaba que este año ha sido complicado porque su siguiente novela, House of Bone and Rain, fue muy bien recibida por la crítica, fue también nominada al Stoker, pero vendió menos que su antecesora. En consecuencia, Gabino perdió el contrato que tenía con su publisher y es, actualmente, un “agente libre” como quien dice. La próxima vez que escriba una novela, tiene que hacer el proceso de venta de los derechos a una editorial desde cero, sin que haya ya alguien esperando por poner ese libro en el mercado.

 

Eso es algo que yo siento que el público en general no entiende sobre la vida del escritor moderno, y sobre esto hay una película buenísima con Charlize Theron llamada Young Adult; La gente cree que tú coronas un libro con un publisher (léase, casa editorial), grande o pequeño, y ya lo que te viene es entrevistas con el New York Times, cocteles de camarón en un penthouse lujoso, y consultas de la Warner Bros. para que les digas a quién ves protagonizando la película. Verbigracia, la gente cree que todos los escritores publicados son Stephen King o JK Rowling.

 

La realidad es que la vasta, vastísima mayoría de los escritores somos una gente que funciona como unos permanentes freelancers. Todo el mundo tiene el llamado “trabajo diurno”, que muchas veces no tiene nada qué ver con literatura, pero que paga las cuentas. Mucha gente escribe ficción (o no) a nombre de otra persona o empresa (el ghost-writing), y mucha gente ya dio el paso a la publicación independiente y sacan sus libros directamente con el Kindle Direct Publishing. Mucha gente que incluso la pegó y salió en la lista de los más vendidos del antedicho Times, cuenta en sus redes que ellos realmente viven en la casa de siempre, que con la plata que se ganaron del libro compraron otra computadora o se arreglaron los dientes, y ciertamente aquí no hay nadie comprando una mansión en Escocia.

 

La razón está en que si bien hubo una época en la que un escritor recibía unos avances de publicación bien generosos y las fiestas de lanzamiento de la novela eran en Manhattan, eso se acabó a principios de los 90’. La industria moderna existe en una carrera perpetua por ver quién será el siguiente gran hit, montándose en una ola que nadie sabe cuál será hasta que las mismas ventas lo revelen, y donde tu acceso al mercado tradicional, con obra publicada y en los mostradores de Books-a-Millions, no garantiza que el día de mañana seguirás siendo publicado. Esto no es un club, pues, donde una vez eres aceptado, serás aceptado para siempre y formas parte de un Olimpo donde puedes mirar hacia abajo a aquellos mortales que tienen que arar bien arados esos campos a ver si venden cinco ejemplares. Aquí todos, salvo una muy privilegiada minoría, somos jornaleros, contratistas independientes con un libro que esperamos que venda para ver si el siguiente vende también y entonces así estar más o menos estables en un medio caracterizado por su inestabilidad. En Hollywood dicen que tú eres tan bueno como tu más reciente película. Aquí eres tan bueno como las ventas de tu más reciente obra y cada proyecto nuevo es empezar de cero ese proceso editorial de ver si tu agente logra que alguna editorial apueste por ti.

 

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Hoy, lunes primero de septiembre de 2025, expulsaron a una gente de Dragon Con, quizá la convención geek más grande del planeta (poniendo de lado a convenciones más corporativas como la de San Diego), por el pecado capital de vender arte generado por inteligencia artificial. Parece que los peluches en cuestión burlaron todos los filtros y montaron su stand ahí con sus afiches y sus cosas, vendiendo algo que pudiste haber hecho tú o yo con ChatGPT.

 

La policía fue a ayudar con
el desalojo.

Esa conversación, que está encendida ahorita, ya se desvió a un tema que nos es mucho más pertinente, y es el gentío que está usando a estos programas para generar cuentos y novelas a los que ellos firman y venden como propios. Hay de todo, en realidad, gente que se mete en Gemini o en Copilot y les dice que “yo quiero que tú me generes una novela de fantasía donde los personajes sean mesoamericanos, haya magia y un ligero tinte de terror, y donde la protagonista tenga un triángulo amoroso con un noble guerrero y con su rival, un hombre-jaguar. Escríbelo en el estilo de Sanderson”; Gente que entra con un par de capítulos escritos y quiere que la IA les haga el resto, gente que deja que la IA les haga la trama de la novela para ellos escribirla después y gente que escribe de la mano con la inteligencia artificial, como si fuera una autoría doble.

 

Los resultados de todo eso suelen delatarse a sí mismos porque la IA tiende a seguir los mismos patrones al escribir, porque no es capaz de reconocer el contexto de lo que está haciendo y porque la gente que la está usando carece de la pericia para reconocer cuándo el trabajo producido es mediocre. Cualquiera que se haya puesto a conversar con Gemini sabe que estos programas son mucho más imprecisos que la Wikipedia en español—hace como dos meses estaba fregando platos y tratando de entretenerme en una conversa con Copilot sobre asesinos en serie porque, pues, soy yo, y el programa me ha lanzado una lírica de que por todos esos crímenes, Jeffrey Dahmer vive en cadena perpetua (contexto: Dahmer no duró un año vivo entre la población general del penal). Hace un tiempo escuché, no recuerdo dónde, que el verdadero artista es una persona que tiene que tener calle, tiene que tener burdel, tiene que haberse dado carajazos con una tarima, con un público, con un jurado, y que de esa experiencia es que sale aquello que le ayudará a mejorar su propia destreza. Eso es totalmente cierto, y a la IA, sencillamente, le falta calle.

 

Pero eso le rebota a los entusiastas de los atajos. Es una gente que usa IA para meterle un artículo a una revista sin darse cuenta de que el artículo tiene hechos ficticios (eso sucedió en verdad) y escriben libros que publican por KDP, y el texto tiene notas del mal llamado “autor” donde la narrativa se interrumpe para decir “esto lo reescribí para que se ajuste con el estilo de narración del protagonista, que es más tenso y emotivo”, como le pasó a Lena McDonald, quien después admitió que sí, usó IA, pero solamente para corregir. Esta es la razón de por qué Amazon ha limitado el tiempo en el que tú puedes publicar con ellos, porque había un pocotón de peluches sacando libros que hicieron con IA a razón de uno semanal, ritmo imposible en un autor “orgánico”.

 

El caso de McDonald es interesante porque, después de pillada, ella sacó una disculpa pública que es típica de quien usa IA con fines artísticos. De entrada que a mí me parece repudiable que toda esa gente reconoce que usó inteligencia artificial después de que los descubren, eso te pone a pensar sobre quien anda por ahí pasando agachado. Pero es que además, mírame esto, McDonald dice que la escritura es una pasión que ha perseguido desde hace mucho tiempo y que, “como madre y maestra a tiempo completo, sencillamente no me puedo costear un editor profesional, y me fui con la IA para refinar mi texto.” Eso no es lo que se desprende de cuando tú lees el fragmento—aquí lo que parece es que sencillamente esa nota no es de ella sino de Copilot, explicándole qué fue lo que hizo, y la “autora” pegó y copió todo el texto sin tomarse el respeto consigo misma y con su público de revisar esa vaina. Huelga decir que un editor humano, un corrector, un beta reader, habría detectado este tipo de cosas. Pero ese victimismo, esa excusa, es inaceptable cuando aquí todos-toditos-todos tenemos también trabajos a tiempo completo y responsabilidades qué enfrentar, y todos tenemos que laburar bien duro para pagarle a un editor y a un corrector profesional, y luego a un ilustrador que haga el arte (en caso de que seas independiente), y que eso mismo se replica en quien hace cine, música, poesía o pintura a la antigüita. Tú no eres especial ni más sacrificado porque te acuestas a las diez de la noche escribiendo después de llegar del trabajo. Eso lo hacemos todos.

 

Pero aquí pareciera que nadamos contracorriente. Tú te metes en cualquier post en redes que hable de este tema y lo que sobra es gente diciendo que esto que está pasando es buenísimo porque “ha democratizado” al arte y ahora cualquiera puede ser novelista. Que “yo no escribo el libro, pero dejo que Copilot me ayude a guiar la trama”. Son cosas que dice alguien que, siento yo, quiere perseguir ese espejismo del que hablé en el acápite de este post. Esto es igualito a quien plagia un texto—la escritura con IA es el primo del plagio, porque a fin de cuentas eso no lo escribiste tú. Es una persona que quiere ver su nombre publicado en alguna parte porque quiere decir que es escritor, que le han publicado aquí y allá, y que vende en Amazon. Es gente que quiere llegar al tesoro sin haberle echado mano a la pala. No es artista porque tú no eres artesano de nada, tú te sentaste frente al computador y le diste a un programa una serie de direcciones sobre lo que querías, pero que tú mismo eres incapaz de producir.

 

Los problemas de esto para quien quiera ser escritor con honestidad son enormes. Definir una trama es parte de la habilidad de un escritor. Empezar una historia, desarrollarla y terminarla son habilidades diferentes, cada uno de esos pasos. La voz de los personajes, hacer eso que hace Irvine Welsh de que su libro lo narran cinco personajes diferentes y cada uno suena totalmente distinto a los demás, eso es una habilidad. Y desarrollar todas estas cosas que estoy diciendo toma muchísimo tiempo y trancazos contra la pared, pero es así como se aprende y es la única forma, eso es como cuando tú quieres tocar la guitarra; no hay sustituto para sentarte a tocar el instrumento. Si tú dejas que una computadora haga estas cosas por ti, podrás llamarte a ti mismo “escritor” después, pero estás comparativamente lisiado ante quien sí lo hace solo.

 

No sé si me estoy explicando, porque yo he conversado esto con gente y hay quien me señala de elitista. Mano, yo estoy claro que escribir es estresante. Hay gente que se sienta a escribir y se ríe y disfruta, y canta. No es mi caso y sospecho que eso está relacionado con mi bajo output de material allá afuera; una vez leí a alguien que decía que para ellos escribir era como estar en la silla del dentista y, mira, sí, especialmente si lo que estoy escribiendo está cargado de lenguaje técnico—porque a ese lenguaje hay que irlo presentando de forma que sea ameno de leer. Entonces esto que estoy diciendo no proviene de alguien que niega la ansiedad que da escribir, yo la entiendo y estamos en el mismo barco.

 

¿Por qué lo hago entonces? Porque hay algo que ocurre cuando tú estás escribiendo que es como entrar en trance, y la trama sale prácticamente sola y terminas descubriendo cosas de tu propia obra que tú no sabías que iban a pasar cuando te sentaste a esa sesión, y cuando esa vaina pasa es honestamente una de las cosas más satisfactorias que yo he sentido en la vida. Escribir es tenso, pero haber escrito es post-orgásmico. Es una sensación de bienestar de haber tenido la escena en la mente y haberla plasmado de modo que a ti mismo te sorprende. No voy a decir que esto pasa siempre, hay sesiones que te sientas y llevas 600 palabras y eso ha sido un parto de mediocridad, pero cuando le das a ese sweet spot, es por eso que uno hace lo que hace. Hace unos días vi a un gurú de estos de la IA diciendo que “a nadie le gusta hacer arte porque tienes que aprender cosas y pasar mucho tiempo”. Si eso es lo que tú sientes también, entonces no hagas arte, métete a productor. A inversionista. Si tú quieres escribir y te quieres saltar la parte que te desarrolla como escritor, esto no es lo tuyo, tu propio espíritu te lo está diciendo.

 

Y no lo hagas por la plata o por la fama, acuérdate de cómo empezamos este post, hoy en día nadie está forrándose en billete haciendo literatura. Realmente nadie lo ha hecho nunca, esa es una creencia que sólo puedes tener si no te has puesto a investigar bien, pero el punto es que hay maneras mucho más fáciles de hacerse famoso.

 

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La IA está aquí para quedarse en las artes, por lo menos por un tiempo. Cada dos videos que me meto a ver en YouTube me sale una publicidad atorrantísima de un imbécil diciéndome que me estoy quedando en el pasado si no uso IA. Me acuerda el puje que había con los NFTs, de los que nadie se acuerda hoy (“¡la inversión del futuro!”). La IA ciertamente tiene usos que son legitimísimos, y algunos de esos pueden contribuir a tu desempeño como escritor, como pedirle a ChatGPT que te recomiende una serie de libros para investigar sobre un tema (investigar tú). Pero la verdad más verdaíta es que ahorita estamos en un boom de gente que quiere comerse el postre sin tocar el almuerzo, que se autodenomina “escritor” y que carece de las herramientas para reconocer por qué su pobre trabajo es rechazado por el filtro más básico. Al arte generado por IA le están llamado “AI Slop”, algo así como “bazofia de IA” por los pobres resultados que estas máquinas producen, y yo me temo que tendremos que pasar unos cuantos años de este slop para que a la gente se le olvide y pasen al siguiente juguete. Esto generará daños para los legítimos, porque si tú quieres publicar con KDP por la razón que sea, te tocará competir con el maremoto de slop, y esto es si tenemos suerte y la industria no se monta en la ola de la sinvergüenzura.

 

Que no creo, pero este es el divertido mundo del publishing, donde nada puede malir sal.